viernes, 27 de enero de 2012

No se murió el perro ni se terminó la rabia

“Una  noticia buena y una mala. La buena: hay
una nueva política. La mala: también sigue
la vieja política” (aforismo implicado)

“Lo que mata no es la humedad, sino la ambivalencia”. Se lo escuché a alguien, quizá a mí mismo, hace muchos años. Pero me di cuenta que en realidad la ambivalencia no mata, aunque siempre lastima. Pobre mi madre querida, cuántos disgustos le daba. Al menos lastimaba a la madre y luego, por culpa, al hijo dador de disgustos. Pero lo que siempre mata, y no necesariamente como eufemismo, como una forma de decir, como metáfora o como expresión de deseos, es la paradoja. Lo hemos señalado varias veces. Uno de los fundantes de la cultura represora es instituir lo paradojal como el modo de producción comunicación oficial. No en el sentido de oficialismo, aunque también, sino en el sentido de “la historia oficial”. O sea: la que escriben los que vencen. Incluso vencen en votaciones laicas y democráticas. En los tiempos actuales, esa historia oficial se denomina “relato”, y tiene notables personalidades que lo construyen. En la actualidad, no podemos decir que la letra con sangre entra. No son tiempos de matar a sangre fría, al menos entre políticos y políticas de raza. La viuda de Soria sería una excepción, que como dice un aforismo implicado, interpela la regla. A sangre tibia se dirimen las mayores contradicciones, y si bien son abrazos de oso, al menos hasta ahora son osos que se hacen los osos. De lo contrario la fórmula Scioli-Mariotto hubiera sido más para una final de kick boxing que para un frente para la victoria. Pero tampoco la letra con risa entra, como es mi propuesta docente y, debo decirlo con cierta timidez, artística. El humor en la Argentina es sospechoso, porque no sabemos bien si reirnos pasa a ser un acto de traición a la patria. Me acuerdo cuando el Gral Onganía prohibió la inolvidable Tía Vicenta porque Landrú, humorista reaccionario y talentoso, cosa extraña, dibujó para la tapa una morsa con gorro. En vez del humor tenemos su deformación grotesca, que es el sarcasmo y el carcajeo. Justamente, la cultura represora odia el humor porque es una forma de enfrentar la paradoja. Por ejemplo: si Famatina fuera una isla en el sur, el Gobierno defendería su soberanía. O sea: lo que vale para enfrentar a la orgullosa Albión, no vale para enfrentar a las empresas que insisten en dejar las montañas a cielo abierto. Una soberanía dual, pero simultánea. El discurso enloquecedor para aquellos que hacemos de la coherencia, la consistencia y la credibilidad el trípode de la implicación. Ya no vale la pena discutir sobre el capitalismo serio. Yo también creía en los 3 reyes magos, hasta que me enteré que eran Musimundo, Garbarino y Frávega. Pero lo que sigue siendo espacio de debate es cuál es el alcance de los derechos humanos. Hasta dónde decimos que los ejercemos y hasta dónde nos resignamos a que apenas los tenemos. ¿Acaso es un derecho humano decidir si renunciamos al subsidio a los servicios públicos? Macri, rápido para ciertos mandados, ya dijo que no. Date por renunciado y el “cospel” se duplicó y algo más. Pero este fenómeno de la renuncia individual a un servicio público, es un chiste de poca gracia. A lo mejor si se estableciera algo así como la renuncia amplificada, sería interesante. Por ejemplo: llego a la caja del “super” y le digo a la cajera o cajero: “renuncio al iva del 21% asi que por favor me lo descuenta”. O que un empleado que tiene que pagar un impuesto a las ganancias, que sería otro chiste buenísimo, que el salario sea ganancia, es muy gracioso, le dijera al tesorero de su empresa: “renuncio al impuesto a mis ganancias, así que me paga todo”. También podríamos renunciar a los otros impuestos a los servicios, de tal manera de pagar el costo neto de los mismos. Y si el Estado subsidia al transporte, saber que eso es plus ganancia empresaria. Sería bueno al sacar un pasaje decir: “renuncio a pagar esa tarifa para clase media empobrecida, porque tengo recursos suficientes, lo que pasa es que no puedo manejar el audi porque tengo un pedo bárbaro. Por lo tanto me factura el triple para que nadie se confunda”. O decidir que el pasaje es carísimo y decir: “le pago el tercio y así y todo me parece un afano”. Por lo tanto, el como si de renunciar encubre, y bastante bien, que en realidad solo elegimos aquello que fríamente calculado está para ser elegido. Que en un gobierno peronista  el vicepresidente viva en la Gran Manzana de Puerto Madero, sería un chiste buenísimo. Pero el perro neoliberal sigue ladrando y mordiendo. El hambre, el saqueo de los recursos no renovables, el contagio de poblaciones enteras por suelos, aguas y aires contaminados, serán caldo del peor de los cultivos: la rabia. Negar la lucha de clase para cultivar el rencor de clase. Pobres contra pobres, la tabla de salvación de la burguesía. Pero los pobres también se han dado cuenta que enfrentarse entre ellos es una guerra civil a cielo abierto. Nada quedará para resistir a la cultura represora. Yo no soy pobre. Pero estoy seguro que tampoco hice votos de riqueza. Y que solamente la lucha contra la riqueza, toda riqueza, propicia alguna mejor distribución del ingreso y del egreso. Hay una ley general de medio ambiente. Demasiado general. No cuida la soberanía que es algo opuesto a la seguridad. El monopolio de la fuerza pública la tienen todas las fuerzas armadas todas. Hay policías en tanquetas y en bicicleta. No vi en patineta, pero  nunca se sabe. Hay una militarización de la vida cotidiana que se expresa de muchas maneras. Ese cáncer todavía no tiene cura.
 Por Alfredo Grande

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