miércoles, 24 de octubre de 2012

Félix Díaz: "La imposición social de que somos pobres genera una ruptura de la dignidad humana"

Un domingo lluvioso de octubre en Buenos Aires, el qarashe Félix Díaz habla de su vida y de sus derechos avasallados. De sus primeras labores y un pan duro como única paga. A los 18 años de edad aprendió el castellano. Se acercó a la iglesia evangélica pero lo separó de su mundo indígena.

Considera que el acampe visibilizó los reclamos de la comunidad, pero la lucha continua. Afirma que el INAI es un instrumento legal del gobierno que no representa a los pueblos indígenas y el gobernador formoseño ignora los derechos ancestrales.

Siente que camina por un campo minado. Cuatro veces atentaron contra su vida, pero asume su destino.



EL ANTROPÓLOGO Y LA RELIGIÓN

¿En qué momento comenzó a comprender que debía conservar y defender la cosmovisión indígena?

Apareció un antropólogo en mi casa que quería hacer su tesis doctoral. César Ceriani se llama. Trabajamos juntos durante casi dos años, él hacía entrevistas en la comunidad y yo era el traductor. Las respuestas de los ancianos eran excelentes, tenían sabiduría, y ahí me descubro a mí mismo. Fue como si me hubiesen sacado una venda de los ojos.

Los ancianos tenían respuestas para preguntas que usted nunca se formuló. 

Nunca. Yo me había acercado a la religión y un anciano que tenía como 105 años, pasaba por mi casa y me exhortaba que tenía que ser fiel a mi gente. Me decía que la iglesia era "una forma de dominación silenciosa. No te vienen a amenazar ni a burlarse, entran suavemente pero después cuando se dan cuenta que ya sos presa, te tratan de otra forma".

¿A qué iglesia se acercó?

A la evangélica. Yo salí del mundo indígena creyendo que era una solución para mí y para mi familia, y me olvidé de mi origen. La iglesia me enseñó que para ser civilizado debía ignorar de dónde venía y adoptar las reglas del cristianismo.

Reglas de resignación y sometimiento. 

Sí, sí. Estuve muchos años y aunque me esforzaba no me sentía parte de ese espacio. En un momento perdí a dos de mis hijos. Los líderes religiosos prohibían la atención con un chaman porque era contra las reglas cristianas. Eso nos produjo un gran dolor y recién ahí me di cuenta que el amor por nuestros hijos no tiene comparación.

¿Cuántos años tenían sus hijos?


Dos meses y medio, Raúl; y Andrés iba a cumplir cinco años.

¿De qué murieron?

De neumonía.

¿Aún en esa circunstancia la iglesia lo separó de su familia?

Sí. No nos dábamos cuenta. Aceptábamos sus reglas. Nos enseñaron que la vida estaba destinada, que la salvación estaba arriba y no en la tierra, y que después de la muerte venía la recompensa. Yo creía porque los mensajes son constantes.

Un adoctrinamiento.

Así es. Después me rebelé porque había muchísimos hermanos que no estaban siendo atendidos en los hospitales. Yo peleaba para conseguir medicamentos y los conseguía, pero ellos nunca lograban que les dieran nada para los hermanos. Me preguntaba porqué nos hacían eso y me daba mucha bronca.

Había una contradicción entre la palabra del Evangelio y los hechos.

Los libros enseñan muy lindo. Nos obligaban a donar la décima parte de nuestras ganancias que teníamos de las changas o ventas de artesanías porque decían que el día de mañana podíamos necesitar auxilio y había dinero disponible.

Pero ni siquiera conseguían medicamentos.

Nunca nos daban nada. Ese engaño, con reglas contrarias a la vida indígena, lo viví durante diecisiete o dieciocho años.

Cuando la Universidad Católica de Córdoba le otorgó el Doctorado Honoris Causa fue inevitable pensar en las prácticas históricas de la iglesia, ¿qué sintió usted cuando se enteró? 

Consideré que fue un reconocimiento importante a la lucha de los indígenas de la Argentina, no sólo de nuestra comunidad. Fue una distinción para aquellos que dieron su vida para que seamos visibles. Ellos se lo merecen, no un individuo. Por otro lado creo que mucha gente hoy valora nuestra voz, su mentalidad ha cambiado. En el mundo indígena también hay buenos y malos, y existen cosas negativas que muchas veces hacen difícil nuestra vida.

El antropólogo que se acercó su comunidad, ¿aparece después que usted se aleja de la iglesia? 

Sí, yo tenía miedo porque la iglesia decía que los antropólogos les quitaban los órganos a los indígenas, pero pensé que debía escucharlo.

Él lo acercó a su mundo del que lo habían separado.

Él me hizo entender quiénes somos, de dónde venimos, quiénes eran nuestros padres y la importancia de reconocernos. Cuando él regresó a Buenos Aires, conseguí un grabador y volví a hablar con los ancianos. Uno de ellos me decía que lastimosamente nuestra historia no estaba escrita porque muchos de nuestros ancestros han desaparecido sin contar sus vivencias.

El antropólogo Guillermo Magrasi, que investigó y escribió en torno a la vida de los indígenas, dijo que su preocupación eran "los pobres y los que sufren. Y los indígenas son los más pobres y los que más sufren." ¿Usted lo cree así?

La verdad que para nosotros esa es una expresión impuesta por la sociedad. También dicen que el indígena es inútil y haragán.

Es la mirada prejuiciosa del criollo.

Creo que la imposición social de que somos pobres genera una ruptura de la dignidad humana porque nos enseñan a mendigar. Mi vida fue sin recursos económicos, sin padres pero no me consideraba pobre. Tenía riqueza espiritual y una buena relación con la naturaleza. Esa es la riqueza más importante en la vida del indígena. Ahora tengo el sostén de la familia y la libertad de poder seguir desarrollándome como persona. No me considero pobre. Sólo pido el respeto que nos merecemos y que nos den la posibilidad a los indígenas de demostrar nuestra capacidad, porque ahí está el valor de la vida.

INFANCIA Y ADOLESCENCIA

Mencionó que creció sin padres.

Es muy triste cuando uno recuerda esos momentos difíciles de la vida, pero también hubo momentos hermosos.

¿Qué momentos eran hermosos?

Sentirme libre.

Vincularse con la naturaleza.

La madre naturaleza nos da frutos, peces y la siembra, pero también nos cobija en los momentos difíciles. Nos protege y nos da la posibilidad de llegar a ser persona. Estamos muy agradecidos por eso.

¿La comunidad también lo protegía?

Sí. Hermanos que no conocía me dieron la posibilidad de vivir bajo su techo. Luego comencé a irme hasta Clorinda, que está más o menos a 60 kilómetros. Me iba caminando.

¿En Clorinda también lo cuidaban?

Me iba con hermanos changarines que trabajaban cerca del puerto de Pilcomayo. Allí había mucho movimiento porque trasladaban mercaderías en balsas.

¿Usted ayudaba?

Muchas veces trabajé de aguatero porque en esa zona no había agua corriente ni aljibe. Había un pozo que estaba muy distante de las casas de las familias criollas. Nos daban cubetas de 10 litros, teníamos que ir y volver hasta llenar un tanque de doscientos litros.

Comenzó a ganarse sus primeros pesos.

Nos pagaban con pan duro que les sobraba.

De la contención en la comunidad a esa relación con los criollos, ¿cómo lo vivió?

Era bueno trabajar pero la gente abusaba de los niños indígenas porque no sabíamos reclamar por la dignidad del trabajo. Yo no podía relacionarme bien por el idioma.

Era otro mundo.

Sí, otro mundo. Recuerdo que el sol era muy fuerte, enceguecía, entonces me refugié en un lugar donde se lavaban los autos, había un cartel de chapa muy grande, voló y pegó en mi cabeza. Tuve una cortadura muy importante y quedé shockeado.

¿Los criollos lo llevaron al médico?

Nadie me llevó al hospital. Tampoco yo sabía que existían médicos para tratar esos temas. Me fui a mi casa y una persona mayor me llevó de la mano a lo de mi hermana. Ese accidente me asustó mucho y me quedé en mi comunidad donde no existían esos peligros. En Clorinda había muchos autos, mucha discriminación.

¿Cuántos hermanos tiene?

Dos varones y una mujer. La mujer es la mayor, tiene como 97 años, y yo soy el menor.

¿Qué hizo cuando regresó a la comunidad?

Con nuestros mayores iba al levantamiento de la cosecha de algodón. A partir de ahí empecé a estar bien porque ellos mínimamente entendían el castellano y nos daban la protección que necesitábamos.

¿Hasta qué edad sólo habló el idioma qom?

Hasta los 18 años. Cuando fui al servicio militar recibí educación. Fue una suerte. Yo era muy curioso y miraba cómo hablaban y se comportaban mis compañeros. No hubo discriminación, no había gringo, ni negro, ni indígena, las reglas eran igual para todos. Creo que me sirvió mucho el respeto que yo les tenía y gané la confianza, me protegían y me enseñaban.

¿Qué le enseñaban sus compañeros?

Ellos me decían esto se dice así, esto se llama tal cosa. Yo desconocía todo, no sabía siquiera el nombre de la ropa ni de las diferentes armas. Mi esfuerzo era enorme. A veces no dormía y pensaba cómo podía adaptarme a ese ambiente.

¿En qué ciudad hizo la conscripción?

En Formosa Capital, en Rosario y luego en el sur. Casi tres años estuve. Conocí al general Galtieri, al general Bussi, a Videla, al almirante Massera y Harguindeguy.

Era la época de la dictadura, ¿cómo los trataban?

En general eran muy respetuosos con todos, aunque algunos suboficiales no eran buenos, eran muy autoritarios. No me gustaba el maltrato que muchas veces hacían a los soldados. El ambiente era muy hostil. Ellos decían que nosotros teníamos que ser parte de la civilización y debíamos incorporarnos a las filas del Ejército porque habíamos aprendido a manejar el fusil y las tácticas de guerra. No les importaba que no tuviésemos estudios.

¿Qué le pareció a usted esa propuesta?

No me gustó, volví a mi casa y trabajé en la cosecha de algodón.

Regresó a la comunidad que lo protegía. 

Sí. Yo viví en diferentes casas. La comunidad respeta mucho al chico huérfano. Está prohibido tocarlo, burlarse o maltratarlo. Es como una especie de amuleto. La mayoría de las mujeres cuidan a un chico huérfano y nunca le piden nada a cambio.



EL LIDERAZGO

Esas vivencias deben haber quedado muy arraigadas en usted porque hoy lucha a tal punto por su comunidad que han atentado cuatro veces contra su vida y usted sigue, ¿no le importa?

A veces me importa pero me parece que el destino me tocó así. Uno nunca puede saber cuándo termina su tiempo porque caminamos en un campo minado. Si uno no tiene la capacidad de esquivar las dinamitas enterradas en un territorio de guerra, se cae. Entonces uno tiene que conocer su campo, por dónde y cómo tiene que ir.

¿Usted siente que Formosa es un campo minado? 

Siempre fue así porque cuando aparece alguien con liderazgo se buscan distintos métodos para silenciarlo o cooptarlo con un sueldo. Entonces, si uno no está preparado, no conoce el campo, es presa fácil para el Estado.

Son los métodos de los gobiernos provinciales y el nacional.

Que sólo sirven para quien piensa en su propio bienestar y no valora a su gente, que le dio el lugar que ocupa para que la represente.

¿Qué valora la comunidad para dar ese lugar de representación?

Los indígenas valoramos la capacidad, elegimos porque confiamos que es capaz.

Pero el capaz a veces traiciona. Eso pasó en la comunidad.

Sí. Los políticos aprovechan y cooptan ese liderazgo. Muchos hermanos tienen capacidad de entender el castellano, saben leer, saben pensar pero su mentalidad es muy egoísta. Creo que esa capacidad ha hecho mucho daño al liderazgo indígena.

¿Cuándo se dio cuenta que usted era líder en su comunidad?

No me daba cuenta.

Pero la comunidad sí se dio cuenta, ¿qué hacía usted?

Yo denunciaba la contaminación ambiental, la fumigación de la soja y la muerte de hermanos por tuberculosis, pero lo hacía hacia afuera porque la comunidad ya tenía su líder. Era un joven capacitado pero él abusó de la confianza de los ancianos, hubo una traición y dejó de trabajar para la comunidad. Contaba con mi apoyo, él manejaba una radio y yo era corresponsal de la Red de Comunicación Indígena, conseguía entrevistas y la región NEA y NOA las transmitían.

¿Abandonó el periodismo para ponerse al frente de la comunidad?

Sí. Un anciano me dijo "Ahora vos debés encabezar nuestra lucha, te apoyamos. Si no lo hacés, olvidáte de nosotros, ya hemos sufrido bastante". Me sentí obligado pero me costó, siempre creía que los demás eran mejor que yo.

No se tenía confianza.

No tenía confianza en mí. Decía que no sabía nada, que no estaba preparado, que no tenía recursos, esas cosas pensaba.

Pero lo eligen qarashe.

Sí, en junio de 2008 había que elegir autoridad en la comunidad y los ancianos pedían que me apoyaran. Yo no hice campaña, se convocó a una asamblea y gané por el 95 por ciento. Al año siguiente también fui electo y la última fue en el 2011. Estoy muy agradecido por la confianza que me dan mis hermanos, pero siempre digo que no me gustaría permanecer así para toda la vida, quisiera que podamos turnarnos para colaborar.

¿Hay otro referente que podría reemplazarlo?

Hasta ahora no, pero tiene que aparecer.

¿Podría surgir el liderazgo de una mujer? 

Las mujeres tienen mucha timidez de hablar delante de la gente pero participan en las actividades.

¿Le gustaría una cacica en la comunidad?

Ojalá. Muchas veces se menosprecia a la mujer pero yo lo veo de otra forma, creo que a medida que esquivan dificultades, desarrollan su capacidad y su fortaleza. Los líderes indígenas tenemos que reconocerlas y valorarlas para que sean parte de una organización y que ellas mismas aporten sus ideas porque no puede ser que nosotros somos los que decidimos y se nos considere los más sabios, los más fuertes, pero para mí la mujer es la más fuerte de los dos. Ella es la jefa del hogar.

¿Qué significa su esposa Amanda para usted?

Amanda entrega su vida a nuestra causa, siempre estuvo en la lucha indígena. Para mí es una mujer que tiene mucha fuerza y capacidad de superar cualquier dificultad en la vida. Hemos pasado momentos difíciles y nunca la escuché quejarse. Yo la miraba cuando los niños eran chicos, ella estaba embarazada y hacía sus tareas. La criatura nació y ella todas las noches la amamantaba, cuando se enfermaba la llevaba al hospital. Su entrega fue enorme. Nosotros decimos que somos los jefes de la familia, es al revés porque el hombre llega a la casa y le dice a la mujer traeme tal cosa, hacéme tal otra, sabiendo que la mujer trabaja todo el tiempo. Los hombres no tenemos una mirada humana hacia la mujer. Se cree que ella debe hacer lo que el hombre quiere, pero ella no es un objeto. Entonces esa falta de valor hacia la mujer debe superarse para que tenga los mismos derechos que el hombre.

LA LUCHA CONTINÚA

¿Qué cambió para la comunidad qom después del acampe en Buenos Aires? 

Por más que aún no hubo un resultado positivo a nuestro reclamo territorial, el problema se visibilizó, la sociedad está muy atenta a este proceso de lucha. Hemos llegado hasta la Corte Suprema de Justicia y hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, no es poca cosa, creo que es un logro de todas las comunidades indígenas del país.

La Corte Suprema de Justicia de la Nación, ¿se pronunció luego de la audiencia del 7 de marzo de este año? 

Hace poco el abogado ante la Corte dijo que la causa se trasladaba a Formosa y que el INAI debe resolver el tema del relevamiento territorial. Veremos qué decisión toman.

Hace tres años que el INAI debería haber relevado los territorios según la Ley 26.160, ¿por qué no lo hizo aún?

Había un presupuesto destinado a capacitar a líderes indígenas para que hicieran el relevamiento, pero el presidente del INAI desvió el dinero hacia la capacitación de la Ley de Medios. Silenció la 21.160 y no acompañó nuestro reclamo.

El presidente del INAI, Daniel Fernández, se manifestó conforme con las modificaciones referidas a los derechos indígenas que propone el Poder Ejecutivo en la unificación de los códigos Civil y Comercial, ¿usted qué opina?

El INAI no nos representa, es un instrumento legal que tiene el Gobierno nacional para que avale sus decisiones hacia los pueblos indígenas. Quieren imponernos leyes y dominarnos. Nosotros estamos preparados para discutir una política incluyente, pero si no escuchan nuestra voz están negando la aplicación de la ley de consulta y participación que está en la Declaración Universal de los Derechos Indígenas.

¿Qué le diría al gobernador de su provincia, Gildo Insfrán? 

Como pueblo indígena tenemos derecho a que nos respete. La Constitución es una garantía de la sociedad; si no la cumple, la está violando. Sólo queremos que se reconozcan nuestros derechos ancestrales y se respete nuestra existencia.

La lucha continúa entonces.

Sí, es muy difícil, pero hay que continuarla.

Liliana Giambelluca (Especial para Agencia Walsh)

Fotos: Reinaldo Ortega




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