sábado, 15 de septiembre de 2012

Machu-Picchu, enigma de piedra en América

Relato exclusivo para Siete por el Dr. Ernesto Guevara Serna (Diciembre 12 de 1953)



Coronando un cerro de agrestes y empinadas laderas, a 2800m sobre el nivel de mar y 400 sobre el caudaloso Urubamba, que baña la altura por tres costados, se encuentra una antiquísima ciudad de piedra que, por ampliación, ha recibido el nombre del lugar que la cobija: Machu-Picchu.

¿Es esa su primitiva denominación? No, este término quechua significa Cerro Viejo, en oposición a la aguja rocosa que se levanta a pocos metros del poblado, Husina Picchu, cerro Joven; descripciones físicas referidas a cualidades de los accidentes geográficos, simplemente. ¿Cuál será entonces su verdadero nombre?. Hagamos un paréntesis y trasladémonos al pasado.

El siglo XVI de nuestra era fue muy triste para la raza aborigen de América. El invasor barbado cayó como un aluvión por todos los ámbitos del continente y los grandes imperios indígenas fueron reducidos a escombros. En el centro de América del Sur, las luchas intestinas entre los dos postulantes a heredar el cetro del difunto Huaina-Capac, Atahualpa y Huascar, hicieron más fácil la tarea destructora sobre el más importante imperio del continente.

Para mantener quieta la masa humana que cercaba peligrosamente el Cuzco, uno de los sobrinos de Huascar, el joven Manco II, fue entronizado. Esta maniobra tuvo inesperada continuación: los pueblos indígenas se encontraron con una cabeza visible, coronada con todas las formalidades de la ley incaica, posibles bajo el yugo español y un monarca no tan fácilmente manejable como quisieran los españoles. Una noche desapareció con sus principales jefes, llevándose el gran disco de oro, símbolo del sol, y, desde ese día, no hubo paz en la vieja capital del imperio.

Las comunicaciones no eran seguras, bandas armadas correteaban por el territorio e incluso cercaron la ciudad, utilizando como base de operaciones la vieja e imponente Sacsahuaman, la fortaleza tutora del Cuzco, hoy destruida.

Corría el año 1536.

La revuelta en gran escala fracasó, el cerco del Cuzco hubo de ser levantado y otra importante batalla en Ollantaitambo, ciudad amurallada a orillas del Urubamba, fue perdida por las huestes del monarca indígena. Este se redujo definitivamente a una guerra de guerrillas que molestó considerablemente el poderío español. Un día de borrachera, un soldado conquistador, desertor, acogido con seis compañeros más en el seno de la corte indígena, asesinó al soberano, recibiendo, junto con sus desafortunados compinches, una muerte horrible a manos de los indignados súbditos que expusieron las cercenadas cabezas en las puntas de lanzas como castigo y reto. Los tres hijos del soberano, Sairy Túpac, Tito Cusi y Túpac Amaru, uno a uno fueron reinando y muriendo en el poder. Pero con el tercero murió algo mas que un monarca: se asistió al derrumbe definitivo del imperio incaico.

El efectivo e inflexible Virrey Francisco Toledo tomó preso al ultimo soberano y lo hizo ajusticiar en la plaza de armas del Cuzco, en 1572. El inca, cuya vida de confinamiento en el templo de las vírgenes del sol, tras un breve paréntesis de reinado, acababa tan trágicamente, dedicó a su pueblo, en la hora postrera, una viril alocución que lo rehabilita de pasadas flaquezas y permite que su nombre sea tornado como apelativo por el precursor de la independencia americana, José Gabriel Condorcanqui: Túpac Amaru II.

El peligro había cesado para los representantes de la corona española y a nadie se le ocurrió buscar la base de operaciones, la tan bien guardada ciudad de Vilcapampa, cuyo último soberano la abandonó antes de ser apresada, iniciándose entonces un paréntesis de tres siglos en que el más absoluto silencio reina en torno al poblado. El Perú seguía siendo una tierra virgen de plantas europeas en muchas partes de su territorio, cuando un hombre de ciencia italiano, Antonio Raimondi, dedicó 19 años de su vida, en la segunda mitad del siglo pasado, a recorrerlo en todas direcciones. Si bien es cierto que Raimondi no era arqueólogo profesional, su profunda erudición y capacidad científica, dieron al estudio del pasado incaico un impulso enorme. Generaciones de estudiantes peruanos tornaron sus ojos al corazón de una patria que no conocían, guiados por la monumental obra El Perú, y hombres de ciencia de todo el mundo sintieron reavivar el entusiasmo por la investigación del pasado de una raza otrora grandiosa.

A principios de este siglo un historiador norteamericano, el profesor Bingham, llegó hasta tierras peruanas, estudiando en el terreno itinerarios seguidos por Bolívar, cuando quedó sojuzgado por la extraordinaria belleza de las regiones visitadas y tentado por el incitante problema de la cultura incaica. El profesor Bingham, satisfaciendo al historiador y al aventurero que en el habitaban, se dedicó a buscar la perdida ciudad, base de operaciones de los cuatro monarcas insurgentes.

Sabia Bingham, por las crónicas del padre Calancha y otras, que los incas tuvieron una capital militar y política a la que llamaron Vitcos y un santuario más lejano, Vilcapampa, la ciudad que ningún blanco había hollado y, con estos datos, inició la búsqueda.

Para quien conozca, aunque sea superficialmente la región, no escapara la magnitud de la tarea emprendida. En zonas montañosas, cubiertas de intrincados bosques subtropicales, surcadas por ríos que son torrentes peligrosísimos, desconociendo la lengua y hasta la psicología de los habitantes, entró Bingham con tres armas poderosas: un inquebrantable afán de aventuras, una profunda intuición y un buen puñado de dólares.

Con paciencia, comprando cada secreto o información a precio de oro, fue penetrando en el seno de la extinguida civilización y, un día, en 1911, tras años de ardua labor, siguiendo, rutinariamente a un indio que vendía un nuevo conglomerado de piedras, Bingham, el solo, sin compañía de hombre blanco alguno, se extasió ante las imponentes ruinas que, rodeadas de malezas, casi tapadas por ellas, le daban la bienvenida.

Aquí hay una parte triste. Todas las ruinas quedaron limpias de malezas, perfectamente estudiadas y descriptas y... totalmente despojadas de cuanto objeto cayera en mano; de los investigadores, que llevaron triunfalmente a su país más de doscientos cajones conteniendo inapreciables tesoros arqueológicos y también, por que no decirlo, importante valor monetario. Bingham no es el culpable; objetivamente hablando, los norteamericanos en general, tampoco son culpables; un gobierno imposibilitado económicamente para hacer una expedición de la categoría de la que dirigió el descubridor de Machu-Picchu, tampoco es culpable. ¿No los hay entonces? Aceptémoslo, pero, ¿dónde se puede admirar o estudiar los tesoros de la ciudad indígena? La respuesta es obvia: en los museos norteamericanos.

Machu-Picchu no fue para Bingham un descubrimiento cualquiera, significó el triunfo, la coronación de sus sueños límpidos de niño grande -que eso son casi todos los aficionados a este tipo de ciencias. Un largo itinerario de triunfos y fracasos coronaba allí y la ciudad de piedra gris llevaba sus ensueños y vigilias, impeliéndole a comparaciones y conjeturas a veces alejadas de las demostraciones experimentales. Los años de búsqueda y los posteriores al triunfo convirtieron al historiador viajero en un erudito arqueólogo y muchas de sus aseveraciones cayeron con incontrastable fuerza en los medios científicos, respaldadas por la experiencia formidable que habla recogido en sus viajes.

En opinión de Bingham, Machu-Picchu fue la primitiva morada de la raza quechua y centro de expansión, antes de fundar el Cuzco. Se interna en la mitología incaica e identifica tres ventanas de un derruido templo con aquellas de donde salieron los hermanos Ayllus, míticos personajes del incario; encuentra similitudes concluyentes entre un torreón circular de la ciudad descubierta y el templo del sol de Cuzco; identifica los esqueletos, casi todos femeninos, hallados en las ruinas, con los de las vírgenes del sol; en fin, analizando concienzudamente todas las posibilidades, llega a la siguiente conclusión: la ciudad descubierta fue llamada, hace mas de tres siglos, Vilcapampa, santuario de los monarcas insurgentes y, anteriormente, constituyó el refugio de las vencidas huestes del inca Pachacuti cuyo cadáver guardaron en la ciudad, luego de ser derrotados por las tropas chinchas, hasta el resurgimiento del imperio. Pero el refugio de los guerreros vencidos, en ambos casos, se produce por ser esta Tampu-Toco, el núcleo inicial, el recinto sagrado, cuyo lugar de emplazamiento sería este y no Pacaru Tampu, cercano a Cuzco, como le dijeran al historiador Sarmiento de Gamboa, los notables indios que interrogara por orden del Virrey Toledo.

Los investigadores modernos no están muy de acuerdo con el arqueólogo norteamericano, pero no se expiden sobre la definitiva significación de Machu-Picchu.

Tras varias horas de tren, un tren asmático, casi de juguete, que bordea al principio un pequeño torrente para seguir luego las márgenes del Urubamba pasando ruinas de la imponencia de Ollantaitambo, se llega al puente que cruza el río. Un serpeante camino cuyos 8 kilómetros de recorrido se eleva a 400 m sobre el nivel del torrente, nos lleva hasta el hotel de las ruinas, regentado por el señor Soto, hombre de extraordinaria erudición en cuestiones incaicas y un buen cantor que contribuye, en las deliciosas noches del trópico, a aumentar el sugestivo encanto de la ciudad derruida.

Machu-Picchu se encuentra edificada sobre la cima del cerro, abarcando una extensión de 2 Km de perímetro. En general, se la divide en tres secciones: la de los templos, la de las residencias principales, la de la gente común.

En la sección dedicada al culto, se encuentran las ruinas de un magnifico templo formado por grandes bloques de granito blanco, el que tiene las tres ventanas que sirvieran para la especulación mitológica de Bingham. Coronando una serie de edificios de alta calidad de ejecución, se encuentra el Intiwatana, el lugar donde se amarra el sol, un dedo de piedra de unos 60 cm de altura, base del rito indígena y uno de los pocos que quedan en pie, ya que los españoles tenían buen cuidado de romper este símbolo apenas conquistaban una fortaleza incaica.

Los edificios de la nobleza tienen muestras de extraordinario valor artístico, como el torreón circular ya nombrado, la serie de puentes y canales tallados en la piedra y muchas residencias notables por la ejecución y el tallado de las piedras que la forman.

En las viviendas presumiblemente dedicadas a la plebe, se nota una gran diferencia por la falta de esmero en el pulido de las rocas. Las separa de la zona religiosa una pequeña plaza o lugar piano, donde se encuentran los principales reservorios de agua, secos ya, siendo esta una de las razones, supuestas dominantes, para el abandono del lugar como residencia permanente.

Machu-Picchu es una ciudad de escalinatas; casi todas, las construcciones se hallan a niveles diferentes, unidas unas a otras por escaleras, algunas de roca primorosamente tallada, otras de piedras alineadas sin mayor afán estético, pero todas capaces de resistir las inclemencias climáticas, como la ciudad entera, que sólo ha perdido los techos de paja y tronco, demasiado endebles para luchar contra los elementos.

Las necesidades alimenticias podían ser satisfechas por los vegetales cosechados mediante el cultivo en andenes, que todavía se conservan perfectamente.

Su defensa era muy fácil debido a que dos de sus lados están formados por laderas casi a pique, el tercero es una angosta garganta franqueable sólo por senderos fácilmente defendibles, mientras el cuarto da la Huainca-Picchu. Este es un pico que se eleva unos 200 m sobre el nivel de su hermano, difícil de escalar, casi imposible para el turista, si no quedaran los restos de la calzada incaica que permiten llegar a su cima bordeando precipicios cortados a pique. El lugar parece ser mas de observación que otra cosa, ya que no hay grandes construcciones. El Urubamba contornea casi completamente los dos cerros haciendo su toma prácticamente imposible para una fuerza atacante.

Ya dijimos que esta en controversia la significación arqueológica de Machu-Picchu, pero, poco importa cual fuera el origen primitivo de la ciudad o, de todas maneras, es bueno dejar su discusión para los especialistas. Lo cierto, lo importante es que nos encontramos aquí frente a una pura expresión de la civilización indígena mas poderosa de América, inmaculada por el contacto de las huestes vencedoras y plena de inmensos tesoros de evocación entre sus muros muertos o en el paisaje estupendo que lo circunda y le da el marco necesario para extasiar al soñador, que vaga porque sí entre sus ruinas, o al turista yanqui que cargado de practicidad, encaja los exponentes de la tribu degenerada, que puede ver en el viaje, entre los muros otrora vivos, y desconoce la distancia moral que los separa, porque éstos son sutilezas que sólo el espíritu semindígena del latinoamericano puede apreciar.

Conformémonos, por ahora, con darle a la ciudad los dos significados posibles: para el luchador que persigue lo que hoy se llama quimera, el de un brazo extendido hacia el futuro cuya voz de piedra grita con alcance continental: "ciudadanos de Indoamérica, reconquistad el pasado”; para otros, aquellos que simplemente "huyen del mundanal ruido”, es válida una frase anotada en el libro de visitantes que tiene el hotel y que un súbdito ingles dejó estampada con toda la amargura de su añoranza imperial: " I am lucky to find a place without a Coca-cola propaganda".

Fuente

“Por lo menos no me nutro con las mismas formas que los turistas. No, no se conoce así un pueblo, una forma y una interpretación de la vida. Aquello es lujosa cubierta, pero su alma está reflejada en los enfermos de los hospitales, los asilados en la comisaría o el peatón ansioso con quien se intima”
 (Ernesto Che Guevara)


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