viernes, 10 de agosto de 2012

Siria puede ser el comienzo de una nueva Guerra Fría


Todas las guerras están marcadas por puntos de inflexión histórica, y en Siria ha habido muchos, pero las pasadas cuatro semanas han provisto una vertiginosa ráfaga de ellos, seguramente más que en cualquier otro momento desde que comenzó el levantamiento contra Assad, en marzo de 2011.

Si quedaran todavía algunas dudas sobre la naturaleza sectaria de la guerra civil en Siria, la deserción, el domingo pasado (5 de agosto de 2012), de su primer ministro para unirse al opositor Ejército Sirio Libre debería haberlas eliminado. Hijab, como tododos los demás desertores de alto nivel del último tiempo, es un musulmán sunita. Un 75 por ciento de los sirios son sunitas, según las estimaciones, y los rebeldes son abrumadoramente sunitas. El gobierno liderado por Bashar al-Assad, a su vez, está dominado por los alawitas, una secta minoritaria chiíta, que representa a un 14 por ciento de la población siria (un diez por ciento es cristiano; son considerados neutrales en el conflicto).


Hijab no estaba solo. La violencia en Siria ha experimentado un crecimiento dramático en las semanas recientes, y las deserciones de altos oficiales han acrecentado la sensación de que el final del régimen se acelera. Después de meses de escalada gradual de la violencia, pero con relativamente pocas traiciones en los más altos niveles del gobierno, Manaf Tlass, prominente brigadier general y alguna vez amigo personal de Assad, desapareció el 6 de julio (de 2012) y contribuyó a cambiar la dimensión de las cosas. Su deserción fue seguida por la del embajador en Irak, Nawaf al-Fares, y luego por la de otros dos diplomáticos, enviados a los Emiratos Árabes Unidos y a Chripre, el 25 de julio.

Aumentando la sensación de un próximo apocalipsis, ocurrió el espectacular ataque con bomba en Damasco, el 18 de julio, contra una reunión del equipo de seguridad nacional, en el que murieron cuatro de los más cercanos asesores de Assad, incluyendo a su viceministro de Defensa y cuñado, Assef Shawkat. El atentado coincidió con asaltos sin precedentes de los rebeldes en Damasco y en Alepo. Fieros combates se han producido desde entonces en ambas ciudades, que habían sido relativos oasis de calma hasta ese momento. Después de aplastar con éxito los bastiones rebeldes en la capital, las fuerzas de Assad han vuelto su mira hacia Alepo. En los últimos días, varios miles de soldados, acompañados de tanques y aviones, han comenzado una contraofensiva para recuperar el control de la ciudad. El jueves (2 de agosto de 2012), en otra señal de caída, Kofi Annan anunció que renunciaba como mediador de Naciones Unidas.

El aura de invencibilidad que había sostenido al régimen ha sido profundamente socavado. Assad mismo ha abandonado la pretensión de su propia inviolabilidad, y ha reaparecido sólo en forma virtual, como una voz etérea en un puñado de transmisiones, o, como hizo el martes (7 de agosto de 2012), en un video previamente grabado que lo mostraba en una reunión formal con Saeed Jalili, jefe de seguridad nacional de Irán –su primera aparición televisiva en dos semanas (sin embargo, para aquellos que dicen que la desaparición de Assad es evidencia de que su régimen está acabado, vale la pena recordar que Saddam Hussein logró sostenerse de modo similar, siendo visto rara vez en público, después de la primera Guerra del Golfo, en 1991, y hasta su derrocamiento por la invasión liderada por los Estados Unidos en 2003).

Antes de la actual racha de deserciones, era artículo de fe entre los analistas que la rebelión siria contra Assad no avanzaba por la falta de fracturas visibles en la cúspide. En comparación con Libia –donde altos funcionarios de Gadafi comenzaron a saltar del barco casi de inmediato, proveyendo a la oposición local de un reparto de personajes suficientemente capaces de manejar el Consejo de Transición Nacional–, los esfuerzos sirios por forjar un liderazgo rebelde han sido mediocres e inadecuados. Esto ha comenzado a cambiar, al fin –aunque, de nuevo, el tono sectario del régimen y de la oposición rebelde ha sido subrayado aún más por las deserciones.

Ningún alto funcionario alawita se ha pasado al Ejército Sirio Libre y uno sospecha que hay pocos dispuestos. ¿Qué pensar, entonces, de los desertores sunitas? Son oportunistas, supone uno; individuos que, hasta ahora, eran felices, desde sus posiciones de poder e influencia dentro del régimen, dejando a un lado sus escrúpulos aun cuando la cifra de muertes se acercaba a la marca de los 20.000. Quizás para algunos se trata menos de oportunismo que de seguridad: puede haberse llegado al punto, dentro de las filas oficiales, en que cualquier sunita es sospechoso y que su vida se haya vuelto insostenible.

Cualquiera sea el caso, es bastante claro que, fuera como fuese antes, el conflicto de Siria es ahora librado según líneas sectarias. Lo mismo es cierto respecto de los lazos regionales que se están formando. Así como la República Islámica de Irán, liderada por chiítas, y su representante chíta libanés, Hezbollah, están entre los aliados más cercanos y firmes de Assad, los estados sunitas de Arabia Saudita, Qatar y Turquía se encuentran entre los principales respaldos de los rebeldes sirios. Hay, por supuesto, una dimensión geoestratégica en esto, también: detrás de los chiítas se alzan Rusia y China; detrás de los sunitas, los Estados Unidos.

¿Qué significan todos estos alineamientos? Que, sea lo que fuere que ocurra adentro de Siria –y puede llegar a ser horrible, ciertamente, e involucrar mayores matanzas–, también se libra una confrontación internacional. Al final, Siria puede terminar siendo sólo una escaramuza dentro de un conflicto más amplio, como algunos temen. Pero suena plausible que Siria esté destinada a ser un punto de inflexión histórica.

Cualquiera sea el caso, después de Siria bien podremos hablar abiertamente de una nueva Guerra Fría, con líneas de batalla dibujadas toscamente, como lo son hoy en ese país, y con nuevos conflictos por venir.

Por Jon Lee Anderson

Fuente: el puercoespín

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