jueves, 31 de mayo de 2012

Cartón en la lluvia


La muerte y la vida caminan juntas. Hay recodos oscuros, confines sin mapa donde la vida se distrae, se hace mínima y frágil. Entonces la muerte se envalentona y carga sus morrales. En el sur del mundo, la Argentina es el único país que no disminuyó la mortalidad materna. En la Argentina soberbia y blanca aumentó un ocho  por ciento entre 1990 y 2010, mientras que en la América Latina postergada y morena se redujo hasta un 57 por ciento. La muerte de las  madres se asimila a las muertes de sus hijos. En el norte del sur, en la intensa Formosa, madres e hijos mueren bastante más que en el resto del país. Es crucial saber dónde se vive para medir la cercanía de la muerte. Los abortos inseguros, la atención sanitaria tardía y deficiente, la mala nutrición, matan a las madres jóvenes y pobres. La falta de deseo de una vida que llegó sin soñarla, el hambre, las enfermedades de la pobreza, la prematurez y el abandono matan a los niños antes de vivir un año.



Mariana Carbajal, en Página 12 (Un informe que alerta), reproduce el alerta de un informe global publicado por la OMS, Unicef, Unfpa y el Banco Mundial. No sólo no se logró en la Argentina que las madres murieran menos (sí pudieron hacerlo Uruguay, Chile, Brasil, Paraguay y Bolivia) sino que la mortalidad materna aumentó en un 8 por ciento entre 1990 y 2010. Todas esas muertes son evitables.



Parir o no deja de ser una elección entre la feminidad más desventurada. El deseo no es la médula que define la maternidad. El deseo no es el rayo vital que pone en pie. La vida suele definirse con golpes de violencia. Con sexualidad impuesta, con hambre criminal en un país con paredes de trigo y venas de miel, con partos obligados a los diez años, con abortos baratos y letales en la clandestinidad más séptica, más oscura.

En Corrientes el 30% de los embarazos son adolescentes, según la doctora Silvia Lapertosa, directora del Hospital Vidal. Tres chiquitas de entre 10 y 11 años fueron obligadas a parir por la violencia institucional en los últimos meses. Ninguna de las tres comprende por qué se convirtió en dos una vida tan pequeña. Por qué su vientre se ensanchó y ya no era un juego. Por qué sus caderas de huesos tiernos dolían tanto. Por qué está tan triste, por qué esa vida mínima le demanda todo, por qué si ella no puede, si es tan débil, si es tan chiquita.

En Chaco el 24,5% de las mamás tienen menos de 18 años y en Formosa –donde más mueren las madres, donde más mueren los niños-, el 22,6%. Cifras altísimas en el NEA profundo, en esa otredad casi ajena, frente a un promedio país del 15%. La desigualdad es la injusticia extrema.

Para el ministro de Salud de Entre Ríos si la niña ovula y menstrúa ya está preparada para parir. Aunque tenga diez años. Para el ministro de Salud de Corrientes, si la niña se embaraza es para cobrar la Asignación por Hijo. Aunque tenga diez años. Y no pueda comprender lo que está pasando en su cuerpo, lo que pasó con su cuerpo, lo que pasará cuando su cuerpo se parta en dos y sean dos los desamparos en medio de todas las tormentas.

Hasta 2010 –última cifra estadística oficial- la mortalidad de los niños menores de un año en el país es de 12 cada mil nacidos vivos. Pero en Formosa está a punto de llegar a 20. Para el médico Abel Albino (Cooperadora para la Nutrición Infantil) “la mortalidad infantil es un indicador indirecto de desnutrición". Es decir que “si tenemos mortalidad de 20 niños por cada mil nacidos vivos, tenemos que tener desnutrición en 20 de cada mil chicos”. Chile –un país brutalmente desigual- tiene un índice de muerte infantil de 7,5 por mil.

El estudio de Unicef, OMS, Unfpa  y Banco Mundial registra 77 muertes de madres cada 100 mil nacidos vivos en 2010. “En la Argentina el riesgo que enfrenta una mujer durante toda su vida de morir por causas relacionadas con el parto, el embarazo o el puerperio es de uno en 560. En cambio, en Brasil es de uno en 910; en Costa Rica, de uno en 1300; en Uruguay, uno en 1600 y en Chile, de uno en 2200. Para una mujer en Suecia es de uno en 14.100”, cita Mariana Carbajal. Pero el peor de los indicadores es el de Formosa con 140 muertes.

En los confines. Donde el embarazo llega a veces querido. Y otras veces como las enfermedades. Sin deseo, cortado y tirado a la bolsa de los residuos patológicos. Y se convierte, tantas veces, en vida no querida. En vida que se rechaza. En vida que, tantas y tantas veces, se castiga y se golpea como si se le pudiera imputar la culpa de este destino. Una vida mínima y frágil, punible por vida no más. Por vida que resiste en medio de la frustración y la desgracia.

Pueden pintar la maravilla al óleo en las paredes de nuestras calles. Contar la más mágica de las historias. Pero todo será cartón en la lluvia mientras mueran madres al parir, mientras mueran sus niños antes de cumplir un año, mientras los médicos firmen paro cardiorrespiratorio en las muertes por desnutrición, abandono sanitario y olvido sistémico y esa firma achate al mínimo la estadística, mientras la maestra santiagueña de La Banda descubra cortes en la cabeza de sus chicos, mientras llegue un bebé con golpes en la panza al hospital de Rosario. Mientras el hambre mate, todo será cartón en la lluvia. Maquillaje que se despinta, palacio que se derrumba.

El 85% de las madres que mueren en el mundo mueren en el Africa Subsahariana.


Y el país donde más niños mueren en el mundo es Angola (175.90 por mil). El país donde la Argentina soberbia y blanca desplegó su feria de vanidades. En el show más bizarro, se mostró soberbia y blanca ante la penuria de la negritud. Y se olvidó de llevar a la feria su propia desidia. Sus propios muertos evitables. Su desdén por la vida de los confines. Morocha y quebradiza. Como un cristal.
Por Silvana Melo
Fuente: APe

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