miércoles, 22 de agosto de 2012

La masacre de Trelew: “La mejor manera de rendirles homenaje es seguir la revolución”

Entrevista a Vicente Zito Lema

"No hay nadie que tenga el derecho de apropiarse de la memoria de un compañero" 

¿Es posible trasladarse más de 1.300 kilómetros y viajar 40 años al pasado en una hora? Un grabador y un colectivo son los instrumentos que van a permitirnos realizar lo imposible. A medida que el 143 se acerca a la zona de Flores, la mítica foto de una hilera de jóvenes, entregados pero sin quebrarse, en el aeropuerto de Trelew va tomando color, como nunca antes tuvo.  El punto de encuentro: la casa de Vicente. El destino: la masacre de Trelew. 

El reloj marcaba las 3.30 de la madrugada del 22 de agosto de 1972. Uno a uno fueron sorpresivamente despertados. Los formaron en una hilera contra la pared y les obligaron mirar el piso. Las ráfagas cobardes de ametralladoras retumbaron, desgarrando su carne, pero haciéndolos inmortales. Esa madrugada, se comenzó a escribir una de las grandes infamias de la historia argentina. El lugar elegido por el destino para teñirlo de sangre y impunidad fue la Base Naval Almirante Zar, donde 16 compañeros militantes de las organizaciones FAR, PRT-ERP y Montoneros fueron fusilados bajo las órdenes del capitán de corbeta Luis Emilio Sosa y del teniente Roberto Bravo. La génesis había comenzado una semana antes, cuando se produjo un masivo intento de fuga de la cárcel de Trelew. Solamente un grupo de seis militantes – Roberto Santucho, Marcos Osatinsky, Fernando Vaca Narvaja, Roberto Quieto, Enrique Gorriarán Merlo y Domingo Menna- lograron escapar al Chile de Allende en un avión, y 19 fueron apresados y trasladados a la base naval. Solo tres sobrevivieron. Fueron tiempos de la dictadura de Lanusse, y fue el año que Perón abrazó a Balbín.

La voz de un sobreviviente
Desde el living de su casa Vicente habla pausado, pero seguro de sentir -en lo más profundo de su alma- cada palabra y sensación que le aflora cuando escucha la palabra Trelew. Firmeza dada por tener bien en claro su rol en ese entonces y ahora. Junto a otros abogados comprometidos como Rodolfo Ortega Peña, Mario Hernández, Carlos González Gartland, y Roberto Sinigaglia –entre otros-, conformó el grupo que tenían en sus espaldas la tarea militante de defender a los presos políticos. “Éramos un grupo muy pequeño que luego terminamos siendo muy amigos. Nadie cobraba un solo peso por defender a nuestros compañeros detenidos. Lamentablemente de ese grupo, el único que quedó vivo soy yo. Soy un sobreviviente, y no es un chiste  porque lo que hacíamos nos marcó para el resto de nuestras vidas. A Ortega Peña lo mataron a balazos y muchos de los otros compañeros abogados están desaparecidos, salvo Eduardo Duhalde que falleció el año pasado. Si no me hubiera exiliado, mi destino hubiese sido ser uno más en la lista de las víctimas de la dictadura”, recapacitó Zito Lema.

Como sucede hoy con los detenidos vascos en España, la política represiva de Lanusse contra los presos políticos era feroz: la idea era desarraigarlos y que no tengan ningún tipo de nexo con el exterior, sus familias y sus compañeros. Para ellos, miles de militantes fueron trasladados a cientos de kilómetros de distancia de sus lugares de origen. La mayoría de los detenidos de Buenos Aires, del centro del país y de la Mesopotamia fueron llevados hacia el sur. El Penal de Rawson fue el “depósito” elegido para los que eran considerados más “peligrosos”. Vicente recordó que “ya a principios de siglo XX el destino de los anarquistas capturados era la cárcel de Ushuaia. Sin dudas un lugar extremo de castigo. En 1972 ya no existía esa mítica cárcel de los confines del mundo, la más alejada e inhóspita del país era la de Rawson. He ido muchas veces a visitar a mis amigos y defendidos. Puedo dar fe de que era una cárcel fría y hostil. Está en el medio de desierto patagónico  y las condiciones de vida eran inhumanas. Los presos siempre estaban enfermos. Querían quebrarlos y destruir su moral”.

Durante varios años Zito Lema visitó la cárcel. Quedarse en la zona por más de dos días era algo realmente peligroso, porque estaban aislados de Buenos Aires. Siempre iban en parejas de dos abogados. Esa era la primera medida de protección que tomaban. “Bajábamos en el aeropuerto de Trelew, y de ahí nos trasladábamos a Rawson. Generalmente nos hospedábamos en el hotel Turín. De ahí, alquilábamos un taxi o un remís y  emprendíamos el viaje hacia la cárcel. Íbamos sólitos y cada vez que volvíamos había que prender una vela. Intentábamos buscar una forma distinta de viajar o de transitar la zona, pero ahora que han pasado los años me doy cuenta que eran formas muy pobres de protección, porque si nos querían matar lo podrían haber hecho. Si no sucedió, fue simplemente porque el gobierno de Lanusse tenía que mantener una imagen de respeto por los derechos humanos para el resto del mundo. Matarnos iba a ser una mancha quizás insalvable y preferían tolerar nuestro accionar”, relató Vicente.

Gracias a las colectas, el apoyo de los militantes y de algunos sindicatos, la presencia, defensa y acompañamiento de los compañeros detenidos fue importante. Cada uno de los abogados tenía una lista gigantesca con todos los nombres de los detenidos y durante dos o tres días los visitaban. “Mi relación con los compañeros caídos en Trelew y con los presos fue directa. Muchos de ellos fueron y son mis amigos. Generé un vínculo de amistad con Pedro Bonnet, Roberto Santucho, Enrique Gorriaran Merlo,  Fernando Vaca Narvaja, María Angélica Sabelli, Pujada, Ana María Villarroel de Santucho, Agustín Tosco, entre otros. Nosotros cumplíamos una doble función, éramos sus defensores y también los que les permitíamos no estar  tan aislados. A veces, aparte de preparar su defensa,  fuimos confidentes, y de muchos el nexo con el más allá de los muros”, destacó Zito Lema.

Meses antes de la masacre de Trelew a modo de protesta por el recrudecimiento de la vida de los presos políticos en los penales, este pequeño grupo de abogados inició una huelga de hambre. El lugar elegido para la medida fue la iglesia Cristo Obrero del barrio de porteño de Lugano. “Siempre hay algo que decir sobre el destino. Mi abuela tenía como vecina a una paisana de su pueblo natal. Eran muy amigas y uno de sus hijos había entrado en la Policía. Un día, mi abuela me comenta que su amiga tenía problemas con el alquiler de su casa y los querían desalojar. Recién recibido de abogado, pude arreglar su inconveniente y obviamente no les cobre nada. Pasan los años y de golpe el destino hizo de las suyas. Un día –mientras hacíamos la huelga de hambre- entra un policía y me dice que debíamos salir inmediatamente de ahí porque iba a pasar algo. Ese oficial era el hijo de la vecina de mi abuela. El tipo insistía con que teníamos que irnos inmediatamente por nuestra seguridad. Completamente extrañado, le digo que no nos íbamos a ir porque estábamos haciendo una protesta. Se va, pero a los cinco minutos vuelve desesperado y nos pide a los gritos que nos fuéramos. Se lo comente a mis compañeros, que también se mostraron descreídos. Pero, a veces una corazonada es más fuerte que todo y los convencí para salir de la parroquia. No terminamos de salir, que explotó una bomba. Se desplomó el edifico entero. Salvamos nuestras vidas y tuvimos un éxito, porque a la Iglesia como institución no le gusto mucho que atentaran contra su propiedad. La noticia llegó hasta los principales diarios del país. ¡Que mataran a los revolucionarios estaba bien, pero ojo con tirar abajo un santo edificio!. Este escándalo terminó con el compromiso de que iban a cambiar el sistema y las condiciones de vida de los presos. Fue un triunfo popular que se expresó en un acto donde concurrieron unas 40 mil personas”, rememoró Vicente. Triunfo que fue una de los últimos destellos antes de la oscuridad.

La fuga: un triunfo inesperado 

El teléfono sonó. Vicente atendió, del otro lado estaba Mario Hernández. “Vicente, el escrito que presentamos hace 48 horas por la defensa de Vaca Narvaja ya no va a hacer falta,  ¡Se acaba de fugar!”. Ya todo el país conocía la noticia. “Nosotros no sabíamos nada de los preparativos de la fuga -afirmó Zito Lema- ya que nos podían capturar y torturar para sacarnos información. Era un riesgo que el plan saliera de las paredes del penal. Solamente lo supieron aquellos que estaban en el núcleo de la operación. Fue un escándalo hermoso y terrible para la dictadura, la fuga ya era un hecho y su significado era esperanzador. Igual, nos reíamos y bromeábamos, ya que nos habíamos quedado sin clientes porque varios de nuestros compañeros defendidos estaban sanos y salvos en Chile. Fue una alegría, porque cuando cualquier preso se escapa de una cárcel - especialmente si es un preso político-  uno siente que gana parte de la lucha contra el poder. Cobra una transcendencia heroica y un estímulo para los que tienen recelo en la lucha. Los llama a comprometerse más, y demuestra que se le puede ganar hasta a una dictadura. Fue una gigantesca fiesta, fue uno de los días más felices de mi vida. Me encontré con los otros abogados y lo festejamos a lo grande. Creo que habremos tomado como si fuera una fiesta de fin de año”.

De algún modo, la fuga también fracasó, ya que no se pudieron conseguir todos los medios de transporte para que todos los presos llegaran al aeropuerto, y así embarcarse en el avión que había sido tomado por un grupo de militantes. Hubo un problema de organización, donde “el azar se mezcló con los errores humanos”. De todos los compañeros que iban a fugarse, solo seis lo lograron. Otros 19 –trasladados a la base naval- llegaron tarde al aeropuerto. El avión ya había partido. Luego de una negociación donde les prometieron respetar sus vidas, se entregaron. “El panorama era contradictorio. Había felicidad por esos seis que lograron escaparse, pero también había una tristeza por el resto. En el ámbito público, esto no lo expresábamos porque teníamos que resaltar lo positivo. La dictadura hizo hincapié en el fracaso de la operación, pero nosotros sosteníamos que los principales jefes de la revolución se habían ido. Queríamos demostrar que -más allá de las diferencias en fuerza y cantidad- con organización, ética y  moral revolucionaria se podía vencer al poder brutal de una dictadura”, afirmó Zito Lema.

Pasado el primer día de la fuga, Vicente tuvo una maldita intuición de poeta. La historia siempre invita a desconfiar, y tiene sobrados ejemplos de la impunidad de los dictadores y de los dueños del poder. “Estaba muy preocupado y sentía angustia. Había que estar alertas y esperar lo que sucediera con el resto de los compañeros detenidos. Sentíamos el odio que nos tenía la dictadura, pero no pasaba por nuestras cabezas que iban a hacer una masacre con los presos. Quizás imaginábamos que se iba a recrudecer la represión en general y la vida de los presos políticos dentro de los penales iban a ser un infierno. Pero una transmisión de radio nos dio un golpe de realidad al anunciar sobre el fusilamiento en la base de Trelew. En ese momento, se rompió una regla de juego: que las dictaduras siempre habían sido violentas, pero a pesar de eso siempre habíamos conseguido algunos éxitos”.

El día después

Cuando se produce la masacre de Trelew, los familiares de las victimas tomaron una decisión transendental: velarlos a todos en un mismo lugar. Vicente fue uno de los principales encargados de organizar el funeral. “Luego de pensar como podíamos ayudar, decidimos hablar con Campora -que era el presidente del Partido Justicialista,- a ver si nos podían dar la sede. No era conveniente  hacer el velatorio en cualquier lugar,  ya que era probable que viniera el Ejercito a reprimirnos. Necesitábamos un espacio público, un lugar que tuviera peso y nos sirviera para sostener el acto. Era un momento de gran violencia social. Cuando me reúno en la sede de Av. La Plata, Campora me dice que sólo no podía resolver tamaña decisión y que necesitaba planteárselo al consejo del partido. La respuesta fue negativa, pero pese a eso, Campora  utilizó sus atribuciones para consultarlo –me imagino con Perón- y autorizó que el velatorio se realizara en la sede peronista, haciéndose cargo políticamente por la decisión. De ese modo, llave en mano, me hice cargo de la situación. A las dos horas vino el general Alcides López Aufranc. Nunca me voy a olvidar que este personaje y su perro policía, ya que el animalito me clavo los colmillos en la pierna sin que mediara una palabra. Casi como un símbolo, no se me escapo ni un solo grito ni lagrima, solo me limite a decirle que quitara al perro pese al dolor terrible de ese mordiscón maldito. Fue un presentimiento de que las cosas venían duras, y la negociación fue así. Me intimó a que desalojara el local porque no iba a respetar a una “banda de asesinos”. No pasó ni media hora de  las dos que estipulo como plazo máximo para que lo consultase con los familiares, que la tanqueta y las tropas entraron de prepo y armaron una escena terrible, violenta y desgarradora. Luego la represión continúo en el cementerio de la Chacarita, donde ni siquiera me dejaron terminar de leer un poema en conmemoración de los fusilados, ya que casi me parten la cabeza a garrotazos. Fue algo muy doloroso, la muerte se mezclaba con la angustia de los familiares heridos y el clima era muy tenso. Las dictaduras no respetan ni a los muertos”, afirmó Vicente.

Lo que ocurrió el 22 de agosto tiene el peso de ser el puntapié de una nueva realidad: a las dictaduras no les interesaba mantener más las “formas” y el baño de sangre contra el pueblo era un costo que estaban dispuestos a pagar. “Habíamos conocido la dictadura de Onganía, había pasado el Cordobazo, es decir situaciones duras pero no del espanto y la crueldad que devino luego de la masacre hasta llegar a su mayor punto en 1976-1983. Para mí, la masacre de Trelew fue el inicio del terrorismo de estado. Esto también es la argumentación  que sirve para condenar al capitán Sosa y sus secuaces como genocida. La defensa de estos asesinos es que este hecho no tiene nada que ver con lo que sucede a partir del 76. Si ellos lograran que este argumento fuera considerado válido, no serían encontrados  culpables porque la pena estaría prescrita. Hay que tener en claro que la masacre de Trelew fue el prolegómeno del genocidio del pueblo argentino de la última dictadura militar. Fue un día triste y gris donde cambió la historia. Además lo siento realmente así, estoy convencido porque fui testigo y estoy involucrado directamente. Fue un época que la viví como todo lo que vivo –destacó Zito Lema-, por un lado como defensor de los derechos humanos y por el otro como periodista y escritor. Tengo varios textos y poemas que fueron publicados en esos años, di conferencias, hable en las universidades y recorrí el país denunciando lo que había pasado a partir de la masacre de Trelew”.

A 40 años, una herida que no cierra

Pasaron los años, y fue invitado a  Trelew. Su viaje se dio justo cuando se estaban llevando adelante los juicios a los asesinos que perpetraron la masacre. Consigo llevó los borradores de aquel poema que nunca terminó de leer. A partir de estos borradores, terminó el texto y lo tituló Oración por Trelew. Uno de los motivos principales del viaje fue una conferencia que tenía que dar para grupos de estudiantes en  la Universidad de Trelew. Frente a un auditorio colmado, pudo decir aquello que los palos no le permitieron y recitó completo el poema. “¿Cómo te puedo explicar lo que sentí? Estaba haciendo lo que tenía que hacer. Era justo que este ahí. Siento que la poesía es una forma de luchar contra la muerte y el olvido. Porque si un pueblo no tiene memoria y lanza al olvido a sus luchas y héroes –y con héroes no me refiero a los grandes próceres, sino a los miles de compañeros que han dado su vida por una causa justa- nunca vamos a poder cambiar el mundo. Es necesario continuar la historia, pero parándose en lo que se conquistó. Tenemos que tener memoria histórica, pero por sobre todas las cosas memoria revolucionaria. Lo veo así, y por eso mucho  de mis textos son peleas contra el olvido. No hay nada más espantoso que dejar al costado del  camino a los compañeros  asesinados o desaparecidos. Mientras tenga fuerzas, ellos van a estar sobre mi espalda. Por eso también le escribí un poema a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki y a los 30.000 desaparecidos”, comentó Zito Lema.

Desde el gobierno, existe una burda línea política de reivindicar ciertos sectores de la militancia de los 70, pero simplemente es un insulto a la memoria revolucionaria. Fiel a este argumento son ejemplos de las versiones K de Paco Urondo o Rodolfo Walsh, que se limitan a destacar su carácter de “agentes culturales” que eran contestatarios al régimen militar. Pero nada hablan su rol como militantes intachables que no dudaban en tomar las armas ni del tipo de sociedad por la cual dieron la vida. Para la historia oficial K, solo existe una parte de Montoneros. La expresión máxima de pauperización y traición de la memoria y a lucha de los 70 es ver a Nilda Garré como Ministra de Seguridad, entre otros tantos militantes devenidos en funcionarios del gobierno Nac & Pop.  Para Vicente “hay una lucha política y cada uno va a intentar acopiar para si. Eso esta mal, porque los compañeros muertos son de todos. No hay nadie que tenga el derecho de apropiarse de la memoria de un compañero. Si es así, es como no tener en claro por quién peleaban los compañeros. Cuando alguien quiere hacer una revolución, uno tiene que tener la idea mínimamente de cambiar el país donde vive. Por eso hay que tener grandeza de espíritu, ningún sector tienen que ser los únicos herederos de una historia que nos pertenece como pueblo. Si no se tiene claro eso, se esta haciendo un mal servicio a la memoria histórica. A mis compañeros los recuerdo en su totalidad, militaran en la organización que fuere. Son compañeros del pueblo y de la revolución, pero más todavía de aquellos que hoy siguen luchando por los ideales que defendían. La mejor manera de rendirles homenaje es seguir la revolución”.

COMPAÑEROS CAIDOS EN TRELEW

    Alejandro Ulla (PRT-ERP)
    Alfredo Kohon (FAR)
    Ana María Villarreal de Santucho (PRT-ERP)
    Carlos Alberto del Rey (PRT-ERP)
    Carlos Astudillo (FAR)
    Clarisa Lea Place (PRT-ERP)
    Eduardo Capello (PRT-ERP)
    Humberto Suárez (PRT-ERP)
    Humberto Toschi (PRT-ERP)
    José Ricardo Mena (PRT-ERP)
    María Angélica Sabelli (Montoneros)
    Mariano Pujadas (Montoneros)
    Mario Emilio Delfino (PRT-ERP)
    Miguel Ángel Polti (PRT-ERP)
    Pedro Bonet (PRT-ERP)
    Susana Lesgart (Montoneros)

HERIDOS QUE LOGRARON SOBREVIVIR

    Alberto Miguel Camps (FAR - Desaparecido luego en 1977)
    María Antonia Berger (FAR - Desaparecida en 1979)
    Ricardo René Haidar (Montoneros - Desaparecido en 1982)

Por Ezequiel Alvarez

La nota ha sido publicada en la Revista La Maza

Fuente: http://elruidoenelhormiguero.blogspot.com.ar/2012/08/la-masacre-de-trelew-la-mejor-manera-de.html

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