El desafío es pensar en todos los días de todos los niños y todas las niñas en la Argentina de 2012.
Es cierto que bajó la tasa de mortalidad infantil y la pobreza, pero hay provincias donde los porcentajes gritan que el 63 por ciento de las pibas y los pibes no tienen para comer bien todos los días.
Porque los privilegios están claros en los números del presupuesto nacional: la asignación universal por hijo e hija suma diez mil millones de pesos contra cuarenta mil millones que se les da a las grandes empresas en concepto de exenciones impositivas, asistencias crediticias, reintegros y otras yerbas. Los grandes empresarios, cuatro; los pibes, uno. Allí están los únicos privilegiados.
Porque hay casi un millón de chicas y chicos que no escucharon el relato de un cuento de boca de un mayor en los últimos tres años. Que no tienen preparada ni la cabeza ni el alma para soñar con un final feliz y modificar aquella historia que empieza con el había una vez de todos los días. Que al no escuchar un cuento creen que siempre la realidad será igual y que no tendrán otra posibilidad que no sea la resignación.
Porque hay otro millón de pibas y pibes menores de doce años que no saben qué es celebrar un cumpleaños en los últimos cuatro años, según dicen las estadísticas que se vienen publicando en los últimos años y no aparecen en los dichos de los referentes de las principales fuerzas políticas argentinas. “No tienen fotos de los cumpleaños. Eso que nosotros si tuvimos y nos permitían, esas fotos, reconstruir la historia de la familia. Los pibes que llegan a la Casa de Ruca Hueney, son los hijos de la pobreza, los pibes descartables para el sistema”, dice con serenidad y firmeza Omar Giuliani al comentar aquella cifra que da cuenta de la cantidad de chicas y chicos que no son celebrados el día de su nacimiento.
Porque en los barrios populares del Gran Buenos Aires, Gran Rosario, Gran Santa Fe y Gran Córdoba, ocho de cada diez pibas y pibes no terminan la escuela secundaria y entonces la palabra futuro mete miedo. No hay sentido para el presente y cuando se vive sin sentido, se mata o se es muerto sin sentido.
El mismo sentido que explica la lógica carcelaria del mayor estado de la Argentina, la provincia de Buenos Aires, donde la mayoría de los detenidos son chicas y chicos menores de veintiún años, procedentes de hogares saqueados.
El mapa más frágil de la Argentina, el cuerpo de las chicas y los chicos, es el que aparece maltratado en las noticias policiales cada vez con mayor frecuencia y que va camino a naturalizar la perversión contra lo más sagrado de un pueblo, como entendían las culturas que habitaron primero estos lugares.
Porque en la cárcel de mujeres de Rosario el principal castigo sigue siendo prohibir la visita del hijo o la hija el día del niño; porque en la provincia de La Rioja, el gobierno de Beder Herrera se dio el lujo de cerrar el primer jardín de infantes impulsado por la mítica maestra Rosario Vera Peñaloza porque sus docentes están en contra de la megaminería; porque hace ocho meses que no llegan las becas para los hogares de menores de la provincia de Buenos Aires y porque matar casi veinte chiquitos santiagueños como hizo la multinacional inglesa GlaxoSmithKline costó solamente quinientos mil pesos, la quinta parte de lo que factura en un solo día.
Porque el sabor a alfajor de chocolate solamente aparece en el día del niño, el día del niño siempre es ayer en la Argentina del tercer milenio.
Habrá celebración de todos los días de todos los niños de la Argentina el día que se recupere aquella realidad del país hecho a imagen y semejanza de las mayorías, aquella donde la existencia concreta marque que las pibas y los pibes volvieron a ser los únicos privilegiados, que con los chicos no y que ellos, todas y todos los niños son sagrados.
Hasta entonces, siempre el día del niño será ayer.
Por Carlos del Frade
Fuente: Agencia de Noticias Pelota de Trapo
Nota relacionada: A horas del día del niño
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Sobrevivientes
En América latina, los niños y los adolescentes suman casi la mitad de la población total. La mitad de esa mitad vive en la miseria. Sobrevivientes: en América latina mueren cien niños, cada hora, por hambre o enfermedad curable, pero hay cada vez más niños pobres en las calles y en los campos de esta región que fabrica pobres y prohíbe la pobreza. Niños son, en su mayoría, los pobres; y pobres son, en su mayoría, los niños. Y entre todos los rehenes del sistema, ellos son los que peor la pasan. La sociedad los exprime, los vigila, los castiga, a veces los mata: casi nunca los escucha, jamás los comprende.
Esos niños, hijos de gente que trabaja salteado o que no tiene trabajo ni lugar en el mundo, están obligados, desde muy temprano, a vivir al servicio de cualquier actividad ganapán, deslomándose a cambio de la comida, o de poco más, todo a lo largo y a lo ancho del mapa del mundo. Después de aprender a caminar, aprenden cuáles son las recompensas que se otorgan a los pobres que se portan bien: ellos, y ellas, son la mano de obra gratuita de los talleres, las tiendas y las cantinas caseras, o son la mano de obra a precio de ganga de las industrias de exportación que fabrican ropa deportiva para las grandes empresas multinacionales.
En los basurales de la ciudad de México, Manila o Lagos, juntan vidrios, latas y papeles, y disputan los restos de comida con los buitres; se sumergen en el mar de Java, buscando perlas; persiguen diamantes en las minas del Congo; son topos en las galerías de las minas del Perú, imprescindibles por su corta estatura, y cuando sus pulmones no dan más, van a parar a los cementerios clandestinos; cosechan café en Colombia y en Tanzania, y se envenenan con los pesticidas; se envenenan con los pesticidas en las plantaciones de algodón de Guatemala y en las bananeras de Honduras; en Malasia recogen la leche de los árboles del caucho, en jornadas de trabaio que se extienden de estrella a estrella; tienden vías de ferrocarril en Birmania; al norte de la India se derriten en los hornos de vidrio, y al sur en los hornos de ladrillos; en Bangladesh, desempeñan más de trescientas ocupaciones diferentes, con salarios que oscilan entre la nada y la casi nada por cada día de nunca acabar; corren carreras de camellos para los emires árabes y son jine tes pastores en las estancias del río de la Plata; en Port-au-Prince, Colombo, Jakarta o Recife sirven la mesa del amo, a cambio del derecho de comer lo que de la mesa cae; venden fruta en los mercados de Bogotá y venden chicles en los autobuses de San Pablo; limpian parabrisas en las esquinas de Lima, Quito o San Salvador; lustran zapatos en las calles de Caracas o Guanajuato; (…) tejen alfombras en Irán, Nepal y en la India, desde antes del amanecer hasta pasada la medianoche, y cuando alguien llega a rescatarlos, preguntan: "¿Es usted mi nuevo amo?"; vendidos a cien dólares por sus padres, se ofrecen en Sudán para labores sexuales o todo trabajo.
La prostitución es el temprano destino de muchas niñas y, en menor medida, también de unos cuantos niños, en el mundo entero.
Por asombroso que parezca, se calcula que hay por lo menos cien mil prostitutas infantiles en los Estados Unidos, según el informe de UNICEF de 1997. Pero es en los burdeles y en las calles del sur del mundo donde trabaja la inmensa mayoría de las víctimas infantiles del comercio sexual. Esta multimillonaria industria, vasta red de traficantes, intermediarios, agentes turísticos y proxenetas, se maneja con escandalosa impunidad.
(…) Son incontables los niños pobres que trabajan, en su casa o afuera, para su familia o para quien sea. En su mayoría, trabajan fuera de la ley y fuera de las estadísticas. ¿Y los demás niños pobres? De los demás, son muchos los que sobran. El mercado no los necesita, ni los necesitará jamás. No son rentables, jamás lo serán. Desde el punto de vista del orden establecido, ellos empiezan robando el aire que respiran y después roban todo lo que encuentran. Entre la cuna y la sepultura, el hambre o las balas suelen interrumpirles el viaje. El mismo sistema productivo que desprecia a los viejos, teme a los niños. La vejez es un fracaso, la infancia es un peligro. Cada vez hay más y más niños marginados que nacen con tendencia al crimen, al decir de algunos especialistas. Ellos integran el sector más amenazante de los excedentes de población. El niño como peligro público, la conducta antisocial del menor en América, es el tema recurrente de los Congresos Panamericanos del Niño, desde hace ya unos cuantos años. Los niños que vienen del campo a la ciudad, y los niños pobres en general, son de conducta potencialmente antisocial, según nos advierten los Congresos desde 1963. Los gobiernos y algunos expertos en el tema comparten la obsesión por los niños enfermos de violencia, orientados al vicio y a la perdición. Cada niño contiene una posible corriente de El Niño, y es preciso prevenir la devastación que puede provocar. En el Primer Congreso Policial Sudamericano, celebrado en Montevideo en 1979, la policía colombiana explicó que "el aumento cada día creciente de la población de menos de dieciocho anos, induce a estimar una mayor población POTENCIALMENTE DELINCUENTE". (Mayúsculas en el documento original.)
En los países latinoamericanos, la hegemonía del mercado está rompiendo los lazos de solidaridad y haciendo trizas el tejido social comunitario. ¿Qué destino tienen los nadies, los dueños de nada, en países donde el derecho de propiedad se está convirtiendo en el único derecho? ¿Y los hijos de los nadies? A muchos, que son cada vez más muchos, el hambre los empuja alrobo, a la mendicidad y a la prostitución; y la sociedad de consumo los insulta ofreciendo lo que niega. Y ellos se vengan lanzándose al asalto, bandas de desesperados unidos por la certeza de la muerte que espera.
De “Patas arriba. La escuela del mundo al revés” (Eduardo Galeano)
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Que sean niños los niños.
Que sean niños, y no clientes de las compañías de celulares, o vendedores de rosas en los bares, o estrellas descartables de la televisión.
Niños, no limpiavidrios en los semáforos, o botín de padres enfrentados o repartidores de estampitas en los subtes.
Que no sean niños soldados, los niños. Que sean niños los niños, simplemente. Que no sean foto de un portal pornográfico. Que no sean los habitantes de un reformatorio.
Que no sean costureros en talleres ilegales de ningún lugar del mundo.
Que sean niños los niños, y no un target.
Que no sean los que pagan las culpas. Los que reciben los golpes. Los bombardeados por publicidad. Que sean niños los niños. Todo lo aniñados que quieran. Todo lo infantiles que quieran. Todo lo ingenuos que quieran. Que hagan libremente sus niñerías.
Que se dediquen a ser niños y no a otra cosa.
Que no sean los que no juegan, los acosados por las preocupaciones, los tapados de actividades.
Que sean niños los niños y se los deje preguntar sin levantar la mano, formar filas torcidas, llevar alguna vez la Bandera no por ser mejor alumno, sino por ser buen compañero.
Que sean niños los niños y no los incentivados con desmesura a consumir todo lo que saca el mercado.
Que sean niños, y no los que aspiran pegamento en una esquina o fuman paco en la otra, tan de nadie, tan desprotegidos.
Niños, no nombres que tienen que rogar por recibir el apellido paterno o la cuota de alimentos.
Que sean niños los niños.
Y que los niños sean lo intocable, que sea la gran coincidencia en cualquier discusión ideológica; que por ellos se desvelen los economistas de todas las corrientes, los dirigentes de todos los partidos, los periodistas de todos los medios, los vecinos de todas las cuadras, los asistentes sociales de todas las municipalidades, los maestros de todas las escuelas.
Que sean niños los niños, y no el juguete de los abusadores.
Que sean niños, no "el repetidor" o "el conflictivo" o "el que nunca trae los deberes".
Niños, y no los que empujan el carro con cartones.
Que sean niños los niños, simplemente.
Que ejerzan en paz el oficio de recién llegados.
Que se los llame a trabajar con la imaginación o con lápices de colores.
Que se los deje ser niños, todo lo niños que quieran.
Y que los niños sean lo importante, que por ellos lleguen a un acuerdo los que nunca se ponen de acuerdo; que por ellos se dirijan la palabra los que no se hablan, que por ellos hagan algo los que nunca hicieron nada.
Que sean niños los niños y que no dejen de joder con la pelota.
Que sean niños en su día. Que lo sean todos los días del año. Que sean felices los niños, por ser niños. Inocentes de todo lo heredado.
Por Mex Urtizberea
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