Lo del arzobispo Schick es un paso adelante para la interpretación racional de la historia. Los males del poder. La omnipotencia. El ordenar arrodillarse ante los que mandan en nombre de Dios o de los que dicen ser representantes del pueblo. Con el mismo sentido cínico del ocultamiento de sus crímenes, los militares argentinos aplicaron el método de la desaparición de personas. “No están ni vivos ni muertos”, declaró una vez el hoy ex general Videla, con un cinismo insuperable para explicar sus crímenes. Pero las Madres y las Abuelas y los hombres y mujeres de los organismos de defensa de los derechos humanos lograron dejar al desnudo ese crimen de indescriptible crueldad en cuanto a su atrocidad y cobardía.
La quema de “brujas” fue cubierta siempre por el “miedo a Dios”; “de eso no se habla” fue la respuesta de la Iglesia durante siglos. Ahora ha salido a la luz, reconocido por sus propios obispos. Falta pues que el Papa se posterne y pida el perdón a la humanidad por crímenes tan horribles cometidos por sus antecesores.
Bien, pero los argentinos, qué hacemos. Sí, volvamos una vez más al capítulo más nefasto de nuestra historia: el genocidio de los pueblos originarios cometido ya bajo la bandera azul y blanca, con nuestro ejército, nuestros generales y nuestros políticos responsables de aquella época, todos sacralizados en monumentos, nombres de ciudades, de plazas, de lagos, de calles, de escuelas.
Sí, una vez más este tema en estas contratapas. Que la conciencia siempre esté presente. Por ejemplo, vayamos no ya a la Campaña del Desierto del genocida Julio Argentino Roca sino pasemos a otro paisaje argentino, la región del Chaco. ¿Cómo fue la conquista de esa tierra para la “civilización”? Pronto aparecerá la segunda edición del libro Los dominios del demonio, que lleva como subtítulo Civilización y Barbarie en las fronteras de la Nación. Escrito por el actual decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, Héctor Hugo Trinchero. Es un libro profundo, de una investigación a fondo basada en la documentación de la época que habla ya por sí misma. Bastaría con ella para comprender con cuánta frialdad y falta de ética con respecto a la vida de los demás actuaron los gobernantes de aquella época, encabezados por Julio Argentino Roca y de otros próceres del ideario nacional liberal positivista.
El demonio, palabra para demonizar a los pueblos originarios que vivían en esas comarcas desde hacía siglos. La actuación del ejército y de la Iglesia con sus misiones para la conquista definitiva de esas tierras y el sometimiento perpetuo de los llamados “indios”.
Se hizo con “la espada y la cruz, con la pluma y la palabra”. La documentación que presenta el autor es irrebatible. El archivo de los vencedores con el idioma de los que saben que no tienen que rendir cuentas a nadie. Cuando Roca asciende al oficial Victorica, uno de los “conquistadores” del Chaco, escribe en el acta de ascenso: “Su brazo mutilado y un reguero de sangre marcarán en el Chaco los derroteros de la civilización y el progreso” (firmado: general Julio Argentino Roca). La civilización a través de un reguero de sangre. Está todo dicho, señor general. Todavía en 1902, durante la presidencia de Roca, se repite el degüello de prisioneros indios en la represión del teniente Avalos. Y esa civilización de regueros de sangre culminó con la repartición de tierras a los militares conquistadores con 5000 hectáreas a los “jefes de regimiento” y con 1500 hectáreas a “otros oficiales”, expresión del decreto oficial. El autor Trinchero nos recuerda entonces una frase del pensador Walter Benjamin: “No existe ningún documento de civilización que no sea al mismo tiempo un documento de la barbarie”. Como resumen de la “conquista del Chaco”, el libro reproduce nada menos que un documento de la dictadura militar de la desaparición de personas. En ese documento, Videla considera al Chaco “un monumento nacional” por ser el “último bastión de resistencia del enemigo indio”, vindicando “campañas militares forjadoras de la patria civilizada”. Videla, un general civilizado.
En cuanto a las misiones católicas que se fueron formando en el Chaco, hasta 1767, los jesuitas habían fundado gran cantidad de ellas en Tucumán, Buenos Aires, Paraguay y Misiones y poseían, ya en esos años, 400.000 cabezas de ganado vacuno.
Aquí cabe la pregunta: ¿por qué la Iglesia Católica guardó silencio y no denunció desde Roma al mundo el genocidio que se estaba cometiendo con los pueblos originarios en la Argentina? Primero en el Sur, con Julio Argentino Roca, y luego en la región chaqueña con diversos jefes militares. Sólo se oyeron algunas voces valientes, como ocurrió con la desaparición de personas de Videla, cuando valientes obispos (como Angelelli y De Nevares, por ejemplo) y sacerdotes (como Mugica y tantos otros) salieron a la calle para denunciar los crímenes, pero, en sí, las voces de diversos obispados y de la Iglesia desde Roma se mantuvieron en silencio.
Se hace necesario cada vez más el llamado oficial a congresos de historiadores que estudien estos temas a fondo y que den su veredicto definitivo sobre la base de documentación legítima, tomando como fundamento la defensa de la vida, ese derecho de todos. Y terminar con la versión de los vencedores con las armas de que se ha servido hasta ahora la historia oficial que aprendimos desde niños en la enseñanza de las aulas. La Etica y la Vida, como principios insoslayables. Y terminar con aquello que las “brujas o los salvajes” fueron los enemigos de la civilización y el progreso.
Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania
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