miércoles, 5 de septiembre de 2012

Alguna vez serán cadena

Hay florecitas silvestres que se empeñan en nacer en el polvillo humeante de las ruinas.

“Bancos y empresas nunca ganaron tanta plata como con este gobierno”. (Cadena nacional, 2 de agosto de 2012).

Los niños rotos que van creciendo despacito, asomando por las grietas del derrumbe, no han tenido la suerte de ser banco o empresa.


Florecitas silvestres, se encienden con el sol. Y por las noches se rinden en las estaciones.

En cualquier rincón hay un televisor listo para entrar en cadena.

En Salta, en Formosa, en Corrientes, en Santiago. Donde los pibes se mueren, se matan o languidecen. En el Alto de Bariloche, donde la nieve es festiva y letal. Donde no alcanza la leña y el cuerpo no se entibia así no más. Donde la vida visible es de chocolate y esquí. Y la invisible de madera y cartón en la ventisca. A los pibes condenados del Alto se los mata por la espalda. A los del barrio Solidaridad de Salta los tortura la policía o les teme el remisero que les clava un punzón en el costado. O se mueren porque bajan de los cerros y no hay hospital que los reciba. En Corrientes o Entre Ríos las nenas son puestas a parir a los diez años. En Misiones y en Formosa el hierro y el calcio no alcanzan para formar huesitos fuertes. Los pibes son flacos y petisos. Y no alcanzan a entender todo lo que habría que entender. En las piezas de los hoteles donde se apilan los desalojados. En las villas del sur del conurbano donde les ponen paco en la puerta de lona de sus casas. Terrones de azúcar para la aniquilación. Pena de muerte para cualquier rebeldía. En todos lados hay un televisor listo para entrar en cadena.

En los barrios populares. En los asentamientos donde los padres y madres de los niños rotos, sobrevivientes del exilio en su propia tierra, niños rotos ayer, matan, se matan y mueren. Luchan por la sobrevida muchos. Con sus criaturas debajo de las alas. Se convierten en monstruos otros. Son lo que pueden ser. Porque no les tocó ser banco o empresa.

En Salta, en Formosa, en Santiago. En Tucumán, donde el gobernador desmiente la desnutrición midiendo el talle de los guardapolvos. En Bariloche. En San Juan, en Catamarca, en La Rioja, donde los niños toman agua con cianuro en las cercanías de Veladero, de la Alumbrera, de la Barrick. En Corrientes, donde José y Nicolás murieron bajo la lluvia de endosulfán. En Lugano, en Retiro. En las casitas de todos los arrabales. Siempre hay un televisor listo para entrar en cadena.

Millones de anónimos se amuchan alrededor de la pantalla cuadrada que muestra cómo es la vida que dicen que es la verdadera. Y no la suya, que no es porque no está. Porque no se ve. El noticiero suele ser un replicante de la muerte. Después, el desfile bizarro de ricos en decadencia, mujeres con cuerpos inalcanzables, en denigración y ridículo, batallas de otros mundos, brillos y gestos prostibularios. O historias soñadas en capítulos. De amores que mueren y reviven, de bellos y bellas que viven en casas con baños relucientes. Con los que se juega a vivir otras vidas, desde los confines y desde los destierros.

Y de pronto el televisor entra en cadena. Flamea la bandera y suena una voz destemplada que anuncia la irrupción presidencial. Y entonces les habla. Durante una hora. Una hora y más. Les habla de paraísos que desconocen. De números macro sublimes. De una industria nacional descollante. La acompañan gentes que ellos, por lo general, desconocen. Ella los llama por sus nombres. Gerardo, le dice al sindicalista de la construcción que está acusado de informar al ejército del genocidio sobre las rebeldías de sus compañeros. Osvaldo, le dice al empresario Cornide, que llevó flores al mausoleo de Néstor pero también saludó la llegada al poder de Jorge Rafael Videla con una carta en los diarios, defendió a los dictadores, simpatizó con los carapintadas y le entregó una placa a Luis Abelardo Patti.

El televisor muestra brindis y alfombras rojas. Bancos y empresas nunca ganaron tanta plata como con este gobierno. Qué lástima que en el reparto caprichoso de la vida a tan pocos les tocó ser banco o empresa.

Muchos cayeron en el casillero de trabajadores. Muchos más en el de precarizados, en negro, tan lejos de la lucha por el mínimo no imponible.

Al resto le tocó ser paria.

La cadena encadena. Enlaza. No hay forma de zafar del paraíso recuperado que la imagen reparte en las casas de las esquinas más remotas.

En la Ciudad Autónoma hay barrios recoletos donde suenan cacerolas. No suenan por los niños rotos ni por sus padres quebrados ni por el hambre inexplicable en tiempos de commodities record, ni por los desalojados del agromodelo. Suenan contra la cadena.

En la Provincia los morosos que viven en los countries deben 145 millones de pesos de impuestos. A muchos de ellos les tocó ser banco o empresa.

Hay florecitas silvestres que se empeñan en nacer en el polvillo humeante de las ruinas.

Que no respirarán la salvación individual con el Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma y el gurú de nombre hindú. Que no serán jamás banco o empresa. Pero que alguna vez serán cadena.

Cadena infinita, hiedra de las paredes del mundo, multitud que cantará una sola canción. La del niño roto que una vez fue feliz.

Por Silvana Melo

Fuente: Agencia de Noticias Pelota de Trapo

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