Una de las consecuencias del saqueo que sufrió la ciudad de Rosario, como tantas otras que eran obreras, portuarias y ferroviarias hasta principios de los años noventa, es la presencia del narcotráfico en la vida cotidiana de sus barrios.
Un circuito de dinero fresco y constante que sirve para sobrevivir y hasta para tener bienes que serían inimaginables de otra manera. Pero también es una identidad cultural y existencial que se hace presente ante la ausencia de otros sentidos que nutran las vidas de los más pibes.
“El gobierno afirmó que la topadora volverá sobre cada kiosco de drogas, en tanto sus vecinos lo pidan y aprueben. "No es una política de seguridad, sólo un hecho simbólico para marcar la cancha", aclaró el secretario de Seguridad Comunitaria, Angel Ruani. Es que a la tercera demolición en menos de un mes, su antecesor, el criminólogo y abogado Enrique Font, dejó oír su desacuerdo y consideró que esa medida es "efectista y reaccionaria"”, apuntaba el diario “Rosario/12”.
Esos “kioskos” también reciben el pomposo nombre de bunker. Piezas de ladrillos huecos que solamente tienen una puerta de acceso que se abre y se cierra desde afuera. En su interior, durante diez horas o más, hay un pibe que nunca llega a los dieciséis años, justamente para no ser imputado, y que está virtualmente secuestrado hasta que lo vengan a liberar de su turno. No puede hacer otra cosa más que vender la merca de mala calidad que pulula por los barrios de la ex ciudad obrera.
Cuando los vecinos tiran abajo una de estas construcciones no parecen propinar un fuerte golpe al narcotráfico.
El bunker volverá a levantarse a pocos metros y, una vez más, estarán las pibas y los pibes desesperados, los exiliados de la escuela secundaria y los vacíos de algún sentido existencial que les dé un por qué vivir.
He allí el gran desafío que plantean los bunker en las grandes ciudades.
¿Qué se hace con los adolescentes que terminan siendo soldaditos del grupo que maneja la cuadra o la policía que los usa como vendedores y luego los termina metiendo presos o los mata para hacer ver que se preocupan en la “denodada” lucha contra las sustancias psicoactivas?
También en estos días, los otros dos diarios de la ciudad, “La Capital” y “El Ciudadano”, mostraron las fotografías de un operativo protagonizado por efectivos de la Federal en el barrio Empalme Graneros.
La imagen parecía remitir a aquellas ocupaciones del ejército brasileño en las favelas de Río de Janeiro. Armados como rambos del tercer mundo dispuestos a invadir y destrozar los pueblos del sur, los federales –encapuchados, con chalecos antibalas sobre uniformes de guerra y grandes metralletas negras- se mostraban dominantes ante la entrada de uno de esos bunker que después serán demolidos por los vecinos.
El objetivo de tanta ferocidad y desmedida acción era, nada menos, que un pibe de quince años.
Tanta vehemencia y escenografía represiva para anular el tremendo accionar de un chico de quince años.
Notable hipocresía del sistema.
¿Es el chico de quince años en su bunker el sinónimo del narcotráfico en la ciudad?
No. Es simplemente otra víctima de un sistema que hace rato continúa robando el sentido existencial de sus mayorías.
Las mismas que, influidas por los grandes medios de comunicación y la cobardía de muchos dirigentes y funcionarios, rompen esas casillas con la ilusión de salvar a sus hijos o sus hijas de la perversa dinámica de transformarlos en consumidores consumidos.
Quizás el debate entre los funcionarios de la provincia de Santa Fe tenga cierta lógica.
Pero lo evidente, una vez más, es el grado de indefensión que tienen las chicas y los chicos en estos arrabales del mundo.
Por Carlos del Frade Fuente: Agencia de Noticias Pelota de Trapo
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