“En Rosario se comete un crimen cada dos días. En lo que va del año ya hubo 72 homicidios. De ellos sólo el 10 por ciento fue en ocasión de robo. La mayoría está tipificado como “ajuste de cuentas””, sostuvo la información que fue tapa de uno de los diarios de mayor circulación de la Argentina en las últimas horas.
En los últimos cuarenta años, Rosario, cuna de la bandera, capital nacional del fútbol argentino en la primera parte de los años setenta, pasó de ser la ciudad obrera a la etiquetada “Barcelona” de Sudamérica por su persistente boom inmobiliario.
Ahora, todavía inmersa en el proceso que ha convertido la necesidad de viviendas en un fenomenal negocio de las grandes empresas constructoras, la ciudad del Che y Fontanarrosa empieza a ser marcada como una de las más inseguras del país.
Incluso el 25 de Mayo, decenas de vecinas y vecinos se autoconvocaron en el Monumento a la Bandera para pedir por seguridad.
Quizás no sean imágenes contrapuestas.
Hay una secuencia histórica que determina pocos, muy pocos ganadores y muchos, muchísimos perdedores.
Una evolución que va desde aquella geografía atravesada por el trabajo y que había perfilado una región obrera, portuaria, ferroviaria e industrial en los años sesenta y setenta y que a partir de 1976 y especialmente durante los noventa sufrió el saqueo del empleo estable vinculado a la producción y amaneció, entonces, una Rosario de cuentapropistas desesperados, empleados de comercio pauperizados, puerto fundido y mal vendido, vías y talleres ferroviarios poblados de fantasmas y empresas metalmecánicas olvidadas.
Nació entonces, la ciudad archipiélago.
Islas de grandes ganancias, lujos y arquitectura para el asombro para pocos; islas grises donde la pelea es el día a día; islas oscuras donde el nuevo circuito de dinero fresco del capitalismo, el narcotráfico, comenzó a secuestrar pibes para transformarlos en consumidores consumidos e islas de resistencias, donde lo solidario y lo colectivo siguen dando pelea contra el egoísmo y el individualismo exacerbados.
Hay datos oficiales que son necesarios repasar para pensar en voz alta: entre 1973 y 1988, la policía provincial informó que solamente se secuestraron 5 kilogramos de cocaína. Era un dibujo. Pero un dibujo oficial: 200 gramos de cocaína por año se consumían en aquella ciudad por entonces obrera y con desocupación cercana al 6 por ciento y escolaridad rayana al ciento por ciento especialmente en sus niveles primarios y secundarios.
La última estadística, de no más de una semana, señala que en la ciudad se llevan incautados 200 kilogramos de cocaína en el año 2012.
De aquellos 200 gramos anuales a 200 mil gramos en el mismo período.
Se multiplicó por mil la circulación de la droga que, mayoritariamente, hace que muchos vivan, mueran y maten por ella.
Y en forma paralela, se duplicó la cantidad de policías de los años setenta al presente.
Con lo cual el problema no es la cantidad, sino la calidad. Lo que hacen los policías que, mayoritariamente, participan del negocio del narcotráfico.
Pero también se ha multiplicado el exilio de los adolescentes de la escuela secundaria: el 80 por ciento de las pibas y pibes de los barrios populares no termina la escuela media. Y son ellos, además, los que no consiguen empleo ni trabajo.
De allí que sea fundamental saber que detrás de ese dato del presente, la cuestión es ajustar cuentas a favor de la vida, de volver a contagiar sentido a la mayoría de la gente y de los pibes que vaya más allá de lo material.
Para que Rosario vuelva a sentir que tiene un por qué vivir y existir sobre la geografía argentina, ajustar las cuentas para que se sumen sensibilidad, voluntad de cambio y ganas de enamorarse. Para que la felicidad sea el objetivo de la política, como decía Belgrano; para luchar sin perder la ternura jamás, como decía otro rosarino hoy más publicitado que sentido, Ernesto “Che” Guevara.
Por Carlos del Frade
Fuente: Ape
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