Hay un punto donde la injusticia y el padecimiento tocan fondo, y los pueblos deciden dejar de ser oprimidos, determinación que no pasa sólo por estar mejor o por dejar de sufrir. Es el momento donde las cosas cambian de nombre y cada quien elige como quiere llamarse y que lo llamen. Para la Comunidad Potae Napocna Navogoh La Primavera, ese día llegó con el nacimiento de un hombre, Félix Díaz, líder electo de su pueblo y fiel emblema de la lucha de los pueblos originarios.
Hace ya muchos años, cuenta Díaz que comenzó a discutir con los ancianos de la comunidad y decidieron que no serían más tobas, sino pueblo qom. “Tobas era una especie de burla de los españoles. En realidad, toba es un idioma guaraní que empezó con los criollos de la zona. Ellos decían el toba tanto, que significaba cara de tonto; toba lo otro, que es caradura, toba asá, que significaba sinvergüenza. Y después con el correr del tiempo se convirtió en el concepto de pueblo toba, que para la mayoría significaba algo así como los de la frente ancha”, cuenta Díaz.
Los tobas sufrieron durante décadas el saqueo de tierras, sin entender qué pasaba, ni cómo reclamar. Estaban mal organizados, bajo el mando del hijo de un famoso cacique que, aseguran hoy, nunca los representó. La conducción de Díaz durante los últimos años, huérfano criado un poco por toda la comunidad, los puso en un sendero de batallas difíciles, pero les permitió levantar la frente como pueblo qom, como sujetos de derecho en un Estado que por ley reconoce su preexistencia
Y Felix confía en que, con el tiempo, los descendientes de la América libre del “descubrimiento” occidental podrán inventar nuevas palabras que los definan. “Muchos dicen que somos originarios, aborígenes, indígenas, pero son palabras que no corresponden. Ser aborígen es contradictorio porque es como que no tenés origen; la palabra indígena tiene que ver con la indigencia; indio es de la India, originario, ¿pero de dónde? Nosotros hemos dejado de llamarnos toba, pronto descubriremos cómo queremos identificarnos, es decir, cuál es nuestra identidad.”
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Historia. La historia de Felix empieza veinte años antes de que naciera. Corría 1939 cuando el líder de la comunidad Trifón Sanabria viajó con muchísimo esfuerzo a Buenos Aires, consiguió una entrevista con el presidente Ortiz, que un año después hizo poseedores a los qom de las hectáreas que hasta ahora ocupan por decreto nacional. Fue una hazaña enorme y un acto de gran valentía que parecía excepcional. Sin embargo, el pasado se puso por delante del presente y, el año pasado, Felix llegó a la ciudad para acampar durante casi cinco meses en una plazoleta de la 9 de julio, al resguardo del monumento al Quijote de la Mancha –qué ironía-.
–¿Pensabas que alguna vez podrías tener que repetir los pasos de Sanabria?
–No, por varias décadas no nos dimos cuenta de lo que sucedía. Después de tanta lucha y resistencia, no creíamos que podíamos sufrir el desalojo, la represión tremenda y el asesinato de Roberto López el 23 de noviembre de 2010. Confiábamos en que los cristianos, con su paz y respeto hacia el otro, no nos dañarían. Veíamos la Iglesia en todas las ciudades y nos sentíamos tranquilos. Con el correr del tiempo, sin embargo, entendí que eso de la fe es utilizado para engañar a los indígenas de este país.
–¿Cuándo empezaste a comprender esto?
–En el año 2000, cuando me iban a desalojar de un terreno que estaba ocupando en la comunidad. Me sacaron los punteros políticos indígenas enviados por las autoridades provinciales para que me expulsen del territorio, porque decían que yo no cumplía las obligaciones que debía tener: el respeto hacia los demás, porque yo defendía mi tierra, no quería que se talen los árboles o que se maten los animales o que se use el agua sin el consentimiento nuestro como familia. ¡Decían que yo no los respetaba! Lo cierto es que estamos en riesgo de la misma cacería que sufrieron nuestros ancestros.
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Infancia en el arco. “Mi situación de infancia fue muy dolorosa. Nací en el ’59 y a los cuatro, cinco años fallece mi padre. A partir de allí, anduve sin rumbo, sobreviviendo gracias a la generosidad de mis hermanos de la comunidad, que me sustentaban con sus recursos y me dejaban estar con la familia. Eso me marcó mucho: vivir siempre en diferentes hogares: familias, conocidos, sólo. Fue como una preparación para la lucha que se venía. Ese cariño que me dieron no fue algo accidental, sino que venía predestinado para esta lucha. Después tuve que aprender algunas cosas de la sociedad blanca. Empecé a meterme en los partidos políticos, las religiones, las organizaciones sociales para entender cómo se organiza, siempre trabajando incondicionalmente.”
–¿Hasta qué edad vivió en la comunidad?
–Estuve como aislado hasta los 10 y 12 años, cuando empecé a emigrar hacia la ciudad de Clorinda, con un grupo de jóvenes. Caminábamos 60 kilómetros por esos caminos largos que hacían los cazadores para trabajar de aguateros, porque en ese momento no había redes de agua potable, sólo pozos de perforación. Llevábamos el agua a las casas sin aljibe de las mujeres que nos contrataban y nos daban pan duro a cambio del agua. Cargábamos en los brazos dos cubetas de diez litros cada una, hasta llenar un tanque de doscientos litros. Y eso lo hacíamos todas las mañanas. No entendíamos el castellano y lo que ganábamos nos alcanzaba a penas para comer.
–¿No te sentías solo?
–No, no me sentía solo, ni huérfano, porque tenía a mis hermanos. Y dentro de ese ambiente de soledad uno se cuida mucho de no cometer errores, de no robar, no molestar a nadie. Comencé a tener mucho cuidado en el andar, porque sabía que al menor error lo iba a pagar caro y con el tiempo gané la confianza de los ancianos y las mujeres. Me dejaban de casero, cunado se iban por ejemplo a la iglesia, y las cosas nunca se perdían. Crecí mucho esos años, y volviendo al campo, llegué algo distinto.
–¿A qué edad regresaste?
–A los 14 años. Fue una etapa buena. Con mi primo Anselmo, que tenía la misma edad que yo, trabajábamos en el campo, divirtiéndonos, jugando al fútbol. Al tiempo, gané el derecho de estar en un club deportivo de la comunidad y a los 15 años me incorporaron en la primera de la comunidad. Ya a esa edad tan corta asumía una responsabilidad de poner todo de mí mismo para poder defender el nombre de la comunidad.
–¿Por qué se jugaban ese honor?
–Es que nos enfrentábamos muchas veces con los equipos de los gendarmes, de la policía, o con clubes profesionales de criollos de la zona. Fue una experiencia muy hermosa. Estando fuera de la cancha, cuando uno es espectador, te genera mucho miedo ver la violencia que hay adentro, cuando patean los compañeros, los chocan. Mirándolo de afuera a uno le genera mucho miedo de entrar. Si no estás preparado, te pueden destrozar. Porque el deporte también se usa para atacar con más violencia al indígena por ser indígena. Los jueces siempre apoyaban al criollo y sancionaban al indígena.
–¿De qué jugabas?
–De arquero, siempre me vieron confiable en ese puesto. Yo pensaba que si no cometía errores, iba a ayudar a no generar problemas. A veces los gendarmes se me tiraban a golpes encima y yo no reaccionaba, ni siquiera con rencor, nunca me vengaba aunque para mí fuera mucho más fácil. Porque uno está en el arco y tiene más tiempo de concentrarse, de ver quién es el más bruto. Uno saca esa noción de distinguir entre quienes son respetuosos y los que no, y después, en la vida, también hay jugadores buenos, que son deportistas de buen corazón. Me fui ganando el espacio, nunca por engaño o por querer estar. La gente me veía. Perdíamos, pero con mucha entrega. Y llegó el momento en que me dieron la titularidad del equipo, un espacio que cuidé mucho. Era una responsabilidad enorme.
–¿Por qué tanta responsabilidad?
–Estar en un arco es como estar enfrente de una guerra. Es un cargo muy difícil, todos te quieren eliminar. Y las reglas del deporte son algo que no manejábamos.
–Como las leyes…
–Sí, como las leyes. En el arco hay líneas donde el arquero no puede salir y agarrar con las manos el balón. Yo jamás salía. Cuando te patean un penal, uno tiene que calcular hasta donde uno puede moverse como arquero. Y nos daban sólo dos pasos de la línea del arco. Si yo salía, me sancionaban. Si se salí el de los gendarmes, estaba todo bien. Son detalles mínimos, pero me sirvieron mucho para darme cuenta de que para ganar hay que conocer las reglas, saber por dónde moverse.
–Por ese tiempo, no tenías ni tu documento, mucho menos conocías como moverte dentro de las reglas fuera de la cancha, ¿no?
–En el ’76, Julia, que era como una hermana, me mando a inscribir al Registro Civil de Laguna Blanca. Decía que era importante, porque por ahí me enfermaba o lo iba a necesitar para viajar. Como yo no llegué a conocer a mis padres, estuve indocumentado hasta los 17, 18 años. En el registro me preguntan cómo se llamaban mis padres, de qué religión eran ellos y yo les digo que ese dato no lo manejo, yo ni siquiera hablaba el castellano, entonces tampoco podía explicar. Se pusieron a discutir entre ellos. Se reían de mí, decían bueno le ponemos tal, hacían como una diversión de mí. Al final, me dijeron que, al menos, tenía que saber el apellido, y me explicaron por señas y con ejemplos lo que era un apellido. Lo único que yo sabía era el nombre indígena de mi padre. El nombre en castellano no lo sabía, ¿para qué si estaban muertos? Tampoco sabía dónde estaban enterrados. Pero insistían, así que les di el apellido de uno de mis hermanos que se llama Ursino Díaz. Y resultó que era el apellido de nuestro padre, eso me impresionó. Había acertado el apellido de mi papá.
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El Ejército. Felix no recibió ninguna notificación para que asistiera a la revisación médica para la incorporación en el ejército, pero era clase ’59 y acostumbrado a sacarse las dudas para prevenir problemas, se fue a Clorinda, donde le cambiaría la vida.
“Salimos con un grupo de hermanos a las 3 y a las 17 llegamos a un puesto de la gendarmería, de donde nos mandaron en transporte de carga a Formosa capital. Y ahí pasamos la primera noche, totalmente desorientados porque veíamos las luces, y nunca llegaba la noche. Esa noche no podíamos dormir, la gente se movía constantemente y ninguno de nosotros tenía reloj.”
–¿Qué hicieron?
–Nos pusimos a andar a medianoche, hasta que encontramos un soldado apostado con un fusil, que nos guió. Nos dormimos sobre la alfalfa que le daban de comer a los animales. Al día siguiente se hizo la revisación médica y salimos a la tarde. Nos entregan los DNI, donde aparecía “apto para el servicio militar”. Ninguno de nosotros sabía leer, así que nos fuimos tranquilos a la comunidad, pero allí los hermanos que sabían a leer nos explicaron y advirtieron que íbamos a sufrir mucho, que iban a jugar con nosotros.
–¿Vos qué pensabas?
–Y me lamentaba. Qué mala suerte, pensaba. La incorporación fue el año siguiente en abril. Nos dieron los uniformes, y la cabellera que siempre tuve así como hoy, por los hombros, me pelaron todo. Y yo quería correr, quería escapar. Pasamos como dos años y medio o tres haciendo el servicio. Y me cambió la vida. Los oficiales del ejército me inscriben en una escuela del ejército para que aprendiera a leer y escribir. Después se les hizo una consulta a todos los soldados sobre qué religión pertenecían. Yo no sabía qué era una religión, pero en el ejército te podían expulsar por ateo, porque para ser argentino teníamos que tener religión católica o evangélica. Me asustaba que me echaran, así que un cabo primero de salta me salió como padrino en una iglesia de Formosa.
–¿Te gustaba el ejército?
–Había muchas cosas que no me gustaron del ejército: participábamos de controles de ruta. Estuvimos en la cancha de San Lorenzo en el `78, designados como custodios de la selección argentina, lo que fue una experiencia tremenda para nosotros. Porque estábamos en el estadio, pero mirando hacia la tribuna y a lo sumo escuchábamos el partido por radio. ¡Con lo qué nos gustaba a nosotros el fútbol! Después de eso, terminó el conflicto que tenía Argentina con Chile porque como parecía que venía la guerra nos retenían en el ejército. Decían que es difícil entrenar, lleva tiempo, y que nosotros ya estábamos preparados para el combate. Terminó el conflicto con Chile, y muchos compañeros estaban desesperados porque no querían ir al sur. Pero por suerte, el conflicto se resolvió.
–¿Cómo volviste a la comunidad?
–Cuando salgo, me dieron un pantalón cortito y no tenía calzado, porque las pocas ropitas que yo tenía me las habían sacado cuando entré. Llegué de noche. Le pedí a mi familia que me prestara algo, y al día siguiente fui a buscar trabajo en el campo. Ya tenía otra mentalidad, aunque debía siempre tener respeto a los patrones por más maltrato que sufriera. Con el correr del tiempo, vas ganando confianza. En vez de salir a buscar trabajo en la ciudad, empecé a llevar la vida de mis hermanos. Ir a la ciudad, ¿para qué, si no tengo profesión? Preferible el campo, donde puedo cosechar, alambrar, hacer caminos, destroncar…
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Territorio. Las tierras de la Comunidad qom La Primavera ya no eran las del decreto del 40, cuando Félix regresó a su paraje en Formosa. “El gobierno provincial manipuló ese decreto. Les deja a la familia Celía gran parte de los territorios del norte y le deja al Parque Nacional parte del noreste. El parque nacional usurpó nuestras tierras. La provincia nos dio como compensación las tierras de parque nacional que nunca pudimos recuperar. Nunca hemos utilizado. A los Celía les dieron una cantidad de 1500 hectáreas. Entonces, cuando el gobierno provincial dice que nosotros tenemos más de 5 mil hectáreas, que es lo que otorga el decreto del 40, miente.”
–¿Cuál es el verdadero mapa entonces?
– Nuestros cálculos son que estamos ocupando 3300 hectáreas de las 5187 que nos pertenecen según el título provincial. Muchas hectáreas de nuestro territorio están en manos de los Celía al norte, los Villafañe al sur, y parque nacional al noreste.
Nosotros rechazamos ese título.
–¿Cuándo se produjo esa usurpación de las tierras de la comunidad?
–El decreto nacional del ‘40 fue ratificado varias veces hasta el 78. Pero, en la época de la dictadura, Basilio Celía era intendente de Laguna Blanca, y negoció su permanencia. Ellos se beneficiaron con nuestras tierras, y parques nacionales jamás dijo nada. Empezamos a trabajar con mucha expectativa en la ley 26.160 sancionada en 2006, creyendo que era nuestra oportunidad de recuperar estas tierras. Porque el relevamiento territorial nos podría dar la oportunidad de hacer un reordenamiento. Pero el gobierno provincial no adhiere porque dice que no hay una problemática que lo requiera.
–¿Por qué les faltaban pruebas?
– Nosotros ya tenemos documentos que prueban la superposición de títulos, tenemos comprobado que esto es nuestro por decreto nacional y que este territorio es producto de la lucha de nuestros ancestros que en el año 40 lograron este título. Pero no nos escuchaban. Entonces empezamos a buscar estrategias para que nos escuchen.
–¿Empezaron con los cortes?
–Exacto. Los Celía le donaron en 2007 unas hectáreas de nuestro territorio a la Universidad Nacional de Formosa para construir un instituto universitario. Entonces hicimos dos cortes en la ruta nacional 86 que cruza por la mitad del territorio para impedir el ingreso de los materiales de construcción.
–¿Tiene sentido poner una universidad en este lugar, alejado de la ciudad?
– Para nosotros no está mal, pero deberíamos haber sido consultados. Porque lo grave es que nosotros estamos intentando recuperar nuestras tierras y ellos se meten y para justificar ese despojo, quieren instalar una institución educativa. Pretenden naturalizar el despojo con engaños de que es por el bien social, para que los turistas vengan y disfruten esto. Y además las tierras donde quieren poner la universidad no tienen un solo papel. Los Celía se reconocieron como ocupantes legales de esas tierras en 2007, lo que no está permitido por la ley 26.160 de 2006, donde dice que el estado no puede transferir tierras estando la familia indígena allí. Pero el gobierno dice que esa ley no se aplica porque primero requiere de un convenio para que tenga efectividad.
–En ese momento vos vivías lejos de los cortes, ¿verdad?
–Sí, en 2007 vivía a 500 metros de Laguna Blanca donde está el área protegida, en el noreste del territorio. En enero de 2010, cuando el Estado provincial toma las tierras, yo me mudé al medio del conflicto para hacer visible el problema. Traje mi rancho y me instalé con mi mujer, mis tres hijos, una hija, y los tres nietos. El 13 de enero la comunidad se empieza a instalar en el predio del instituto y permanecimos en el corte entre julio y noviembre de 2010.
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Represión. Al momento de la represión, el 23 de noviembre de 2010, Félix ya era uno de los blancos. Un policía formoseño lo encaró ese día en medio de la ruta. “`Vengo a cumplir órdenes y vos no me vas a detener, indio de mierda`, me dijo y desenfundó el arma, empezó a cargarla. Y gritó: ‘¡A este indio hay que matarlo!’.”
–¿Era la primera vez que lo identificaban como líder?
– De 2003 a esta parte siempre fui perseguido por la policía, por el poder político, a los que no les conviene que yo esté diciendo a los hermanos que este es nuestro territorio y que hay que defenderlo. Porque este territorio no fue ganado por generosidad del Estado, sino que fue conseguido por la lucha de nuestro ancestros. Yo era un simple integrante de la comunidad con liderazgo dentro de la comunidad. Pero el Estado no me reconocía porque no estaba legitimado a través del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI). Toda nuestra desgracia siempre pasó porque no reconocían a los verdaderos miembros de la comunidad.
–¿Te referís a Sanabria?
– Sí. Lo más terrible fue el saqueo que hizo el Estado provincial en 1985, donde se nos entregó este título sin participación de los indígenas. Fue un trato a puertas cerradas con Cristino Sanabria, que nunca respondió por los indígenas (N.d.R.: Cristino es nieto de Trifón Sanabria, el primero en tocar las puertas de un presidente en 1939 e hijo de Fernando Sanabria que luchó por ser reconocido como cacique en las elecciones de 2011). La comunidad ni siquiera se enteró del contrato ni de sus condiciones.
–¿Qué condiciones?
–El título decía que se debía conformar una sociedad civil, renovada por elecciones cada año, que sería la titular de las tierras. Pero desde 1986 hasta 2008 nunca se hizo una elección y, por lo tanto, si la titularidad de es asociación cae, también cae el título de las tierras. El trato establece que cuando se extingue una sociedad civil o desaparezca una comunidad, los bienes de la sociedad pasan a manos del Estado. Entonces, ahora el Estado dice que esto ya es tierra fiscal. Así, legitiman el robo de estas tierras. Esos argumentos legales de la provincia, que se considera autónoma, se contradicen con la decisión del Estado nacional que dio el aval para que la comunidad sea la ocupante de esas tierras.
–¿Cómo fue el proceso de elecciones de autoridades?
–Nos dimos cuenta de la acefalía de la asociación y empezamos a reclamar. Comenzamos a trabajar con la dirección de personas jurídicas y el 18 de junio de 2008 yo gano. Pero el gobierno provincial dice que es nula la elección. Entonces, en 2009 volvimos a hacer la elección, con abogados y veedores, pero tampoco. La provincia nunca respetó nuestra autodeterminación. En 2010, no sabíamos más que hacer y salimos a cortar la ruta, ya con otra estrategia, exigiendo la aplicación de la ley 26.160 (Ley de Emergencia de Tierras). El 23 de noviembre nos desalojaron.
–Entonces, se trasladaron a la capital federal, donde se quedaron más de cinco meses, hasta mayo de 2011. ¿Qué exigieron?
–La primer exigencia era resolver el tema de la representatividad, y el garante de eso debía ser el Ministerio de Interior. El 25 de julio de 2011 hicimos las elecciones, donde la comunidad ratificó mi liderazgo y nos inscribieron en el registro nacional de de comunidades indígenas a través del Inai, con al aprobación del Ministerio de Desarrollo de la Nacion. Sin embargo, el Estado nos entregó una asociación civil distinta que no tiene nada que ver con el título de las tierras, cuyo título sigue en manos de Cristino Sanabria.
–¿Qué consecuencias tuvo esto?
–Nos dividieron legalmente. Nosotros tenemos el aval de la comunidad, pero Cristino tiene el apoyo del gobierno provincial. Y con toda astucia, Formosa sostiene a Cristino, porque sabe que si nosotros recuperamos estas 5 mil hectáreas, sacaremos a los Celía, recuperaríamos la Laguna Blanca, que para nosotros es muy importante porque es sagrada porque ahí subsistimos, está nuestro cementerio y tenemos nuestra espiritualidad. Es el lugar donde nuestros ancestros han vivido históricamente. Ahí y sobre el río Pilcomayo.
–¿Para qué quiere la provincia esas tierras?
–El gobernador Gildo Insfrán dice que estas son las mejores tierras de la provincia, lo que para nosotros es mentira. Dicen: “No podemos dar estas tierras a los indios porque ellos la harán una tierra ociosa”. Se metieron para convertir la comunidad en un campo de soja, que produjo contaminación y problemas de salud a la comunidad. Contaminaron la Laguna Blanca, la comunidad y la vida indígena. Nos matan con el glifosato, con la negación de los recursos naturales que son los árboles, el algarrobo y la leña, la palma para construir nuestros ranchos, la laguna donde pescamos y el monte donde hacemos la espiritualidad.
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Impunidad. En los últimos años, Felix ha recibido amenazas para que abandone la lucha. Sufrieron agresiones y quemaron sus viviendas. El momento más álgido fue, sin embargo, el 7 de agosto, cuando Díaz fue atropellado por una camioneta que, según denunció, pertenece a la familia Celía y que lo dejó internado en terapia intensiva.
–¿Pensás que hay un intento particular de sacarte del medio a vos o que es una forma de generar miedo en la comunidad?
–Es un intento de eliminarme físicamente porque los intereses son muchísimos. Porque el campo es especial, tiene todos lo recursos naturales; está la laguna, el monte, el bañado bueno para la agricultura. El Estado provincial lo que quiere es sacarme, porque si me sacan a mí, toda la defensa sobre la tierra se va abajo. Porque no hay una figura que está siguiendo mis pasos, que tenga las informaciones que yo tengo. Me gustaría que hubiera, pero es difícil con los recursos que tenemos. Por ejemplo, cuando me llaman a la Ciudad, a penas consigo un pasaje, que cuesta 1200 ida y vuelta, no puedo traer a nadie más.
–En la audiencia ante la Corte Suprema dijiste que el pueblo qom es un pueblo muy sufrido, que nos se va a callar. En ese sentido, fomentaste la comunicación como herramienta de visibilización. Por ejemplo, el blog, el contacto con los medios de Buenos Aires y ahora con la radio de la comunidad. ¿Cómo cambió la comunidad con su radio?
–En realidad hoy todo cambió bastante, porque el problema ya es nacional e internacional. Y con esta difusión, es difícil que la comunidad pueda retroceder, porque hay conciencia de que el derecho es nuestro, que están los decretos. Para nosotros la radio es elemental en esta lucha, porque es la que nos da más alcance. Porque hay muchos hermanos nuestros que viven lejos y no pueden ir a las reuniones, pero la radio la escuchan, porque la radio está en el centro de la comunidad. Y nuestra radio también llega a otras comunidades campesinas, criollos, que recién es la primera vez que entienden que la lucha es por la tierra.
–¿Qué pensaban antes?
-Las radios que están en los pueblos cercanos nos atacan constantemente. Se la pasan diciendo que nosotros somos los malos de la película, porque estamos negando el derecho del otro, mediante el corte de ruta, la muerte del policía, el maltrato con los Celía. Era un mensaje del que no teníamos cómo defendernos. Ahora en nuestra radio, leemos los documentos y la gente entiende que hay derechos indígenas establecidos en la Constitución Nacional, el convenio 169 de la OIT, la Declaración Universal de los Derechos Indígenas, y las leyes nacionales como la 23.302, la ley 26.160, el artículo 79 de la Constitución provincial. Explicamos que lo que estamos haciendo es reclamando la devolución de esas tierras. Muchos de nuestros vecinos que antes decían “¡qué vergüenza!”, hoy mandan mensajes a nuestra radio apoyando.
–En octubre el campesino Miguel Galván de Santiago del Estero fue asesinando. Y se van sumando las víctimas. ¿Qué debería hacer el Ejecutivo nacional?
–Creo que el gobierno debe aplicar las leyes que ya están en vigencia. ¿Por qué hacer nuevas leyes y esperar un año más a que se sancione y después esperar a que se sancione? La ley 26.160 de Emergencia de Tierras estaba acompañada por un presupuesto de 30 millones de pesos y ahora con el informe que hizo el doctor Despouy (Leandro Despouy, auditor general de la Nación) se demostró que se malversaron fondos, que el INAI malversó 24 millones de pesos y que no hay un relevamiento territorial de todos los pueblos indígenas. Nosotros no estamos luchando fuera de lo legal, nos basamos en nuestros derechos, y esos derechos necesitan el apoyo de los poderes ejecutivo y judicial. Nuestra lucha es reclamar la aplicación de las leyes vigentes para que no se siga matando hermanos nuestros, es decir, devolviendo tierra a cambio de sangre.
–¿Es lo que hacen hoy?
–Sí, y es injusto ver que un hermano tenga que morir sin tener la respuesta que tanto quiere, de poder ocupar su territorio y dar valor a su vida para generar más posibilidades de estar mejor. El Estado Nacional jamás se pronuncia y cuando suceden estos hechos graves los tapan con discursos de funcionarios de menor rango. La presidenta debería tomar decisiones sobre este tema, porque no podemos seguir perdiendo vidas por reclamar nuestro derecho a ocupar los territorios que las leyes vigentes nos reconocen. Y no puede ser siga perpetuando la persecución hacia los líderes indígenas
– ¿Qué opinás sobre la ley de freno a los desalojos presentada por la muerte del campesino indígena, también de Santiago del Estero, Cristian Ferreyra?
–La verdad es que para mí es muy positiva, ojalá que los senadores y diputados busquen una solución definitiva, pero no queremos más leyes de emergencia, como la 26.160. Ya se reconoce la preexistencia de los pueblos indígenas. Las leyes están, pero nos hacen desesperar, porque a pesar de que tenemos todas las documentaciones en nuestras manos para que nos devuelvan nuestro territorio, tuvimos que perder un hermano, hubo represión, causas penales contra mí y otros hermanos, que estamos latentes a que en cualquier momento nos pueden detener. Por el sólo hecho de reclamar la aplicación de esta ley te cuesta hasta la vida y que la justicia te persiga. Es injusto que yo tengo que estar viviendo en Buenos Aires, porque en Formosa no puedo salir de mi casa.
Por Rocío Magnani
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Nota relacionada: En la comunidad Qom, dos años después: la memoria y la lluvia
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