miércoles, 21 de enero de 2015

El modelo transgénico

EL AGRO COMO NEGOCIO

Eso que llamamos campo es ahora una pieza clave de la especulación financiera. Qué siembran las corporaciones, quién financia las investigaciones, cómo se terciariza el trabajo y cuál es la cosecha que cambió el mapa de la región.




¿Qué es?

El agronegocio como un modelo o lógica de producción que, con variantes nacionales y locales, puede ser analizado en función de los siguientes elementos centrales:

• La transectorialidad: mayor integración y extensión de la cadena de valor, diná­mica guiada no sólo por la integración técnica de los procesos productivos (vertical) sino también por la articula­ción horizontal de otras actividades que se valorizan como oportunidades para el capital.
• La priorización de las necesidades del consumidor global respecto del local.
• La generalización, ampliación e inten­sificación del papel del capital en los procesos productivos agrarios.
• La estandarización de las tecnologías utilizadas, con una intensificación en el uso de insumos de origen industrial, y la generación de tecnologías basadas en la transgénesis (semillas).
• El acaparamiento de tierras para la pro­ducción en gran escala, proceso en el que tienen participación central gran­des corporaciones financieras y que im­prime a las disputas por la tierra el ca­rácter de un fenómeno global.


Región transgénica

La primera inserción en los merca­dos agrícolas (1996) se dio simul­táneamente en Argentina y Esta­dos Unidos, con la variedad de soja resistente al glifosato: la soja RR de Mon­santo. Entre los países productores de cultivos transgénicos autorizados, doce son del sur. En América Latina se desta­can Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay, México y Honduras. La región es actual­mente la de mayor extensión con cultivos transgénicos en el mundo. El Cono Sur ha devenido la principal plataforma mundial de producción de soja: la producción agregada de los cuatro países del Mercosur supera los 116 millones de toneladas y la superficie con soja transgénica en la re­gión alcanzó en 2007 más de 42 millones de hectáreas. En Argentina, durante la úl­tima campaña agrícola se plantaron casi 20 millones de hectáreas con cultivos transgénicos, acompañados por los res­pectivos agroquímicos. Semejante con­centración de transgénicos y agroquími­cos convierten al país en una suerte de primer laboratorio a cielo abierto; los re­sultados de este experimento serán, en unos años, sumamente ejemplificadores para la ciencia agronómica mundial, aun­que quizás tengan como contrapartida una de las mayores catástrofes medioam­bientales registradas en los anales agra­rios del país.

La estrategia

Desde fines de los 90, primero Monsanto y luego las otras com­pañías transnacionales presentes en el país, desarrollaron estrategias de comercialización, inauguraron centros de servicios y llevaron su canal de distribu­ción hasta las diferentes zonas de pro­ducción sojera. Estos centros de servicios integran la venta de semillas e insumos, asesoramiento a los productores, a la vez que permiten a la empresa tener un monitoreo de las zonas productivas. Así, las firmas logran desarrollar verdaderas es­trategias de intervención en el territorio, absorbiendo muchas de las antiguas “agronomías” locales que vendían pro­ductos de distintas marcas. A partir de es­tos centros de servicios, algunas de las empresas desarrollan vínculos de inte­gración contractual con productores, a los que clasifican según su potencial de ven­ta, privilegiando a los que más facturan. Esta estrategia constituyó un cambio fundamental en la organización de los factores productivos, dando a las grandes empresas transnacionales una presencia nodal en el control de los mecanismos de difusión del paquete tecnológico que ellas desarrollan.

El paquete

La extendida denominación del conjunto de innovaciones tecno­lógicas como “paquete” define de manera precisa el modo en que ellas están concatenadas e implicadas unas con otras: la semilla transgénica con el glifosato, un tipo de tecnología de siembra (la siembra directa), de organización laboral, de ges­tión, etc.
El segundo factor es la capacidad que ganaron las empresas transnacionales de orientar el consumo mediante la implementación de lo que hemos denominado “tecnologías de consumo”: ellas reúnen un conjunto de elementos implementados por estas empresas (facturación di­recta, puesta en red de los comercios lo­cales, sistema de gestión informática de los clientes, etc.) de modo de organizar el consumo de los agroinsumos siguiendo los objetivos y las modalidades por ellas fijados.

Los nuevos terratenientes

A lo largo de las últimas décadas la concentración de la tierra se ha profundizado. Una característica a destacar es que, dada la importancia que adquiere la contratación de tierras en el caso argentino, la concentración de la producción no avanzó al mismo ritmo que la de la propiedad de la tierra. La mayor eficiencia que el sistema productivo al­canza a partir de las grandes escalas, el hecho de que la tierra sea un recurso fini­to y la participación de capital financiero en la valorización de este activo, son tres razones que vuelven a poner sobre el ta­pete el problema de la concentración de la propiedad de la tierra. Esta cuestión his­tóricamente sensible del capitalismo agrario toma nuevas aristas en la actuali­dad: en el último quinquenio, además de productores, procesadores o comercializadores de productos agropecuarios, se registra un crecimiento exponencial de la demanda de tierras por parte de grupos inversores privados, fondos de inversión y pensión. Entre 2000 y 2010 alrededor de 1,5 millones de hectáreas fueron adquiri­das en la Argentina por extranjeros, ne­gociadas en sólo veintidós transacciones, lo que refleja que las mismas están signa­das por la adquisición de grandes escalas. El momento de explosión de la compra de tierras por parte de actores no nacionales es 1996 y se estima que alrededor de 17 millones de hectáreas se encuentran en manos de extranjeros.

Ni el árbol ni el bosque

Hacia mediados de la década de 1990, el proceso de avance de la soja, que reemplazó y desplazó actividades en las zonas núcleo, llega a su fin debido al aumento del precio de la tie­rra, cuya incidencia en los costos empre­sariales llevó a la búsqueda de tierra en direcciones varias. Así, los productores pampeanos comienzan a explorar poten­cialidades en otros países y también a buscar campos en lo que se conoce como regiones “extra pampeanas”. En ese marco, se inicia una segunda etapa, ca­racterizada por una expansión de la fron­tera agraria, hacia el norte del país. La so­ja avanzó sobre áreas dedicadas a cultivos como el algodón en el Chaco o el poroto en el norte de Salta y en Santiago del Estero, pero de manera más significativa, su ex­pansión involucró la deforestación de bosques y montes hasta entonces em­pleados para la ganadería extensiva y de subsistencia.
Según datos aportados por Reboratti, “en el norte del país la expansión de la so­ja ocupó en pocos años más de 1,6 millones de hectáreas (a lo que suma una mayor producción de trigo y girasol que cubrieron otras 577.000), superficie que fue en parte sustraída de las producciones tradiciona­les (casi 500.000 hectáreas), por una re­ducción en el número de vacunos (cerca de un millón) y la deforestación, que llegó entre 1995 y 2005 a no menos de un millón de hectáreas”.
Según el informe elaborado por la Uni­dad de Manejo del Sistema de Evaluación Forestal, de la Dirección de Bosques, las estimaciones de deforestación para el pe­ríodo 1998- 2002 arrojan valores de entre 175.000 y 200.000 hectáreas por año.

La empresa transgénica

Los rasgos del agronegocio y los ti­pos de empresa que éste logró consolidar pueden sintetizarse a partir de cuatro desplazamientos centra­les respecto de los modelos empresariales precedentes:

• De la propiedad familiar al territorio global: la propiedad de la tierra se des­dibuja, pasando a ser el factor deter­minante el acceso a la misma, ya sea mediante el arriendo o la compra. La medida final del  éxito está en la ges­tión integral del sistema como un ne­gocio, logrando el mejor precio y la mejor tecnología en la contratación de los servicios, pactando al menor precio los insumos con las transnacionales, “saltando” la mayor cantidad de inter­mediarios locales, negociando los me­jores precios con los exportadores, ex­pandiendo el negocio hacia países limítrofes, asociándose con capitales financieros. El negocio así construido ya no remite a la lógica familiar; ni la escala ni la experticia pueden supedi­tarse a esas raíces. El territorio del mo­delo de agronegocios es definitiva­mente la economía global.
• De la gestión familiar al management moderno: el nuevo estatus del negocio agrícola conlleva una identidad social totalmente renovada respecto del em­presario tradicional, quien reunía todas las funciones productivas y gerenciales en su persona. En el modelo de agrone­gocios, el empresario se mueve en un espacio construido mediante contratos ad hoc, en función de las necesidades del sistema, ellas mismas cambiantes y flexibles por ser reflejo de los deseos de unos consumidores permanentemente estimulados por el marketing. En este sentido, su horizonte no puede estar determinado por la estrecha ventana de “lo agropecuario". Al contrario, el es­pacio económico del agronegocio es función de la extensión de la “red de producción”.
• El poder del conocimiento o empowerment: las competencias necesarias para conducir exitosamente este tipo de es­tructura holding no se reducen a la ex­perticia agronómica, y ni siquiera a la compresión del mundo rural sino que se trata de orbitar en un universo mucho más ambicioso: el de la economía glo­bal, las nuevas tecnologías de la infor­mación y la comunicación, la biotecno­logía, etc. Lograr una buena inserción en el universo global depende de la ca­pacidad para interpretar la demanda, desarrollar los productos e implementar tecnologías para orientar el consu­mo hacia ellos. Todo lo cual requiere herramientas enseñadas en ámbitos académicos: la ciencia del mercado, la informática, la economía.
• De lo agropecuario a lo transectorial: las nuevas inflexiones dadas a lo rural re­componen ese espacio de modo de abarcar todas las esferas de la actividad económica. Ello se traduce en una nue­va institucionalidad: la estructura reti­cular expresa nuevas solidaridades y alianzas de interés. Las asociaciones por producto (Acosoja, Maízar, Asagir), las representaciones pluricategoriales (la Mesa de Enlace), las empresas y so­ciedades híbridas, público/privadas y transectoriales (BIOINTA, Bioceres, Instituto de Agrobiotecnología de Ro­sario, los pooles de siembra, los fidei­comisos, etc.), son algunas de las for­mas organizacionales que estos actores originarios de campos sociales y econó­micos distintos, encontraron para en­cauzar ese encuentro en “la forma de hacer negocios”.

El modelo de Los Grobo

La actividad agrícola de Los Grobo se desarrolla de acuerdo con lo que la propia empresa denomina un mo­delo asset smart, en el que los cultivos son realizados en campos arrendados a corto plazo o en sociedad con productores-propietarios de distintos tamaños. Actual­mente, Los Grobo controla más de 250.000 hectáreas en la Argentina, Paraguay, Bra­sil y Uruguay, países en los que además de la producción desarrolla oferta de servicios (siembra, acopio, comercialización, provi­sión de insumos), gerenciamiento de cul­tivos en tierras de terceros o de planteles ganaderos de terceros, procesamiento in­dustrial de las materias primas y servicios de consultoría técnica y financieros (cré­ditos y coberturas para productores).

Terciarizando el capital

El caso paradigmático del funcionamiento en red es Los Grobo: la empresa utiliza maquinaria y mano de obra tercerizada para los procesos de siembra, aplicación de agroquímicos y co­secha. Al mismo tiempo, mediante el es­tablecimiento de asociaciones con distin­tos agentes ha llegado a convertirse en una red de redes. Pero al interior de la red, Los Grobo integra a empresas de contratistas y productores-propietarios que el mismo grupo ha contribuido a conformar, empre­sas de servicios de transporte, almacenaje, comercialización agrícola y venta de insu­mos, empresas de molienda y de asesoramiento técnico. De este modo, el grupo lo­gra la integración corporativa de todos los eslabones de las cadenas de soja, trigo y maíz, a través de esquemas asociativos.
La posición central en la red no sólo de­pende de la capacidad financiera de la em­presa, sino que, al mismo tiempo, esta or­ganización permite distintas formas de apalancamiento financiero a través de mecanismos no tradicionales, generando por lo tanto una especie de “círculo virtuo­so” de acumulación a partir de estrategias conexas. Por ejemplo, al ser Los Grobo uno de los principales clientes de los provee­dores de insumos, obtienen precios dife­renciales; de este modo tienen mayor ca­pacidad de imponer condiciones a los dueños de la tierra, lo que les permite in­fluir en los valores de mercado de tierras en una determinada zona.

Ciencia estatal, negocio privado

En la organización de la producción y el consumo mundial, el nuevo régimen se apoya en dos pilares fundamentales: por un lado, la biotecno­logía y las tecnologías de la información, y por el otro, la limitación o el debilitamien­to de las funciones reguladoras de los Es­tados nacionales.
Vinculado a la biotecnología, el ele­mento novedoso es el creciente dominio de la industria química, en particular de las grandes corporaciones que desarrollan in­geniería genética aplicada a la producción de alimentos. La producción de biotecno­logía está fuertemente concentrada y arti­culada al resto de los eslabones de la cade­na agroalimentaria. La biotecnología reorganiza la producción, creando merca­dos “intermedios” desarrollados y con­trolados por las propias empresas que de­mandan las nuevas commodities.
También el Estado fue uno de uno de los factores fundantes en la constitución del modelo biotecnológico agrario. Aunque su participación no fue sistemática, resultó fundamental en el armado de las redes de articulación entre los espacios científicos, las dinámicas de gestión y las corporacio­nes. El Estado fue un importante factor de recursos (primordialmente de investiga­dores) y estuvo abierto a los espacios de la ciencia internacional para la absorción de las nuevas invenciones biotecnológicas.
Desde 2003, el nuevo gobierno avanza en un proyecto de profundización del modelo biotecnológico agrario, definiendo una polí­tica científica, fomentando el desarrollo de espacios de investigación biotecnológicos para el mercado, buscando nuevos mercados que permitieran abandonar la “política es­pejo” y formulando políticas que llevaran a un “proceso de apertura”. Esto significó el fortalecimiento de un mercado concentrado que continúa apuntando a la inserción global para la exportación de commodities y sigue alimentando una cadena que tiene como mayores beneficiados a las grandes corpora­ciones. En este corrimiento, el Estado forta­lece su relación con el mercado en tanto pro­fundiza la apuesta a producir para el mercado vigente generando avance biotecnológico nacional. Así, el desarrollo de biotecnología nacional responde a requerimientos de un “nuevo proyecto político” donde la articula­ción entre Estado, ciencia y mercado se muestra con mayor nitidez.
La configuración de un proyecto políti­co donde la ciencia produce para el merca­do y se generan mecanismos regulatorios que protegen la información pública a los fines de promover el patentamiento y la consecuente apropiación del conocimien­to son algunos de los elementos que nos llevan a poner en cuestión la perspectiva de la existencia de un campo científico, uno político y uno económico como relati­vamente autónomos. La propia figura del “técnico” - que mira la producción agra­ria, que es regulador y tiene una pata en el ámbito científico- nos permite empezar a poner en jaque esa idea de autonomía.

Por lavaca (Fuente: Izquierdos Humanos

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