EL AGRO COMO NEGOCIO
Eso
que llamamos campo es ahora una pieza clave de la especulación
financiera. Qué siembran las corporaciones, quién financia las
investigaciones, cómo se terciariza el trabajo y cuál es la cosecha que cambió el mapa de la región.
¿Qué es?
El
agronegocio como un modelo o lógica de producción que, con variantes
nacionales y locales, puede ser analizado en función de los siguientes
elementos centrales:
•
La transectorialidad: mayor integración y extensión de la cadena de
valor, dinámica guiada no sólo por la integración técnica de los
procesos productivos (vertical) sino también por la articulación
horizontal de otras actividades que se valorizan como oportunidades para
el capital.
• La priorización de las necesidades del consumidor global respecto del local.
• La generalización, ampliación e intensificación del papel del capital en los procesos productivos agrarios.
•
La estandarización de las tecnologías utilizadas, con una
intensificación en el uso de insumos de origen industrial, y la
generación de tecnologías basadas en la transgénesis (semillas).
•
El acaparamiento de tierras para la producción en gran escala, proceso
en el que tienen participación central grandes corporaciones
financieras y que imprime a las disputas por la tierra el carácter de
un fenómeno global.
Región transgénica
La
primera inserción en los mercados agrícolas (1996) se dio
simultáneamente en Argentina y Estados Unidos, con la variedad de soja
resistente al glifosato: la soja RR de Monsanto. Entre los países
productores de cultivos transgénicos autorizados, doce son del sur. En
América Latina se destacan Brasil, Argentina, Paraguay, Uruguay, México
y Honduras. La región es actualmente la de mayor extensión con
cultivos transgénicos en el mundo. El Cono Sur ha devenido la principal
plataforma mundial de producción de soja: la producción agregada de los
cuatro países del Mercosur supera los 116 millones de toneladas y la
superficie con soja transgénica en la región alcanzó en 2007 más de 42
millones de hectáreas. En Argentina, durante la última campaña agrícola
se plantaron casi 20 millones de hectáreas con cultivos transgénicos,
acompañados por los respectivos agroquímicos. Semejante concentración
de transgénicos y agroquímicos convierten al país en una suerte de
primer laboratorio a cielo abierto; los resultados de este experimento
serán, en unos años, sumamente ejemplificadores para la ciencia
agronómica mundial, aunque quizás tengan como contrapartida una de las
mayores catástrofes medioambientales registradas en los anales
agrarios del país.
La estrategia
Desde
fines de los 90, primero Monsanto y luego las otras compañías
transnacionales presentes en el país, desarrollaron estrategias de
comercialización, inauguraron centros de servicios y llevaron su canal
de distribución hasta las diferentes zonas de producción sojera. Estos
centros de servicios integran la venta de semillas e insumos,
asesoramiento a los productores, a la vez que permiten a la empresa
tener un monitoreo de las zonas productivas. Así, las firmas logran
desarrollar verdaderas estrategias de intervención en el territorio,
absorbiendo muchas de las antiguas “agronomías” locales que vendían
productos de distintas marcas. A partir de estos centros de servicios,
algunas de las empresas desarrollan vínculos de integración
contractual con productores, a los que clasifican según su potencial de
venta, privilegiando a los que más facturan. Esta estrategia constituyó
un cambio fundamental en la organización de los factores productivos,
dando a las grandes empresas transnacionales una presencia nodal en el
control de los mecanismos de difusión del paquete tecnológico que ellas
desarrollan.
El paquete
La
extendida denominación del conjunto de innovaciones tecnológicas como
“paquete” define de manera precisa el modo en que ellas están
concatenadas e implicadas unas con otras: la semilla transgénica con el
glifosato, un tipo de tecnología de siembra (la siembra directa), de
organización laboral, de gestión, etc.
El
segundo factor es la capacidad que ganaron las empresas transnacionales
de orientar el consumo mediante la implementación de lo que hemos
denominado “tecnologías de consumo”: ellas reúnen un conjunto de
elementos implementados por estas empresas (facturación directa, puesta
en red de los comercios locales, sistema de gestión informática de los
clientes, etc.) de modo de organizar el consumo de los agroinsumos
siguiendo los objetivos y las modalidades por ellas fijados.
Los nuevos terratenientes
A
lo largo de las últimas décadas la concentración de la tierra se ha
profundizado. Una característica a destacar es que, dada la importancia
que adquiere la contratación de tierras en el caso argentino, la
concentración de la producción no avanzó al mismo ritmo que la de la
propiedad de la tierra. La mayor eficiencia que el sistema productivo
alcanza a partir de las grandes escalas, el hecho de que la tierra sea
un recurso finito y la participación de capital financiero en la
valorización de este activo, son tres razones que vuelven a poner sobre
el tapete el problema de la concentración de la propiedad de la tierra.
Esta cuestión históricamente sensible del capitalismo agrario toma
nuevas aristas en la actualidad: en el último quinquenio, además de
productores, procesadores o comercializadores de productos
agropecuarios, se registra un crecimiento exponencial de la demanda de
tierras por parte de grupos inversores privados, fondos de inversión y
pensión. Entre 2000 y 2010 alrededor de 1,5 millones de hectáreas fueron
adquiridas en la Argentina por extranjeros, negociadas en sólo
veintidós transacciones, lo que refleja que las mismas están signadas
por la adquisición de grandes escalas. El momento de explosión de la
compra de tierras por parte de actores no nacionales es 1996 y se estima
que alrededor de 17 millones de hectáreas se encuentran en manos de
extranjeros.
Ni el árbol ni el bosque
Hacia
mediados de la década de 1990, el proceso de avance de la soja, que
reemplazó y desplazó actividades en las zonas núcleo, llega a su fin
debido al aumento del precio de la tierra, cuya incidencia en los
costos empresariales llevó a la búsqueda de tierra en direcciones
varias. Así, los productores pampeanos comienzan a explorar
potencialidades en otros países y también a buscar campos en lo que se
conoce como regiones “extra pampeanas”. En ese marco, se inicia una
segunda etapa, caracterizada por una expansión de la frontera agraria,
hacia el norte del país. La soja avanzó sobre áreas dedicadas a
cultivos como el algodón en el Chaco o el poroto en el norte de Salta y
en Santiago del Estero, pero de manera más significativa, su expansión
involucró la deforestación de bosques y montes hasta entonces empleados
para la ganadería extensiva y de subsistencia.
Según
datos aportados por Reboratti, “en el norte del país la expansión de la
soja ocupó en pocos años más de 1,6 millones de hectáreas (a lo que
suma una mayor producción de trigo y girasol que cubrieron otras
577.000), superficie que fue en parte sustraída de las producciones
tradicionales (casi 500.000 hectáreas), por una reducción en el número
de vacunos (cerca de un millón) y la deforestación, que llegó entre
1995 y 2005 a no menos de un millón de hectáreas”.
Según
el informe elaborado por la Unidad de Manejo del Sistema de Evaluación
Forestal, de la Dirección de Bosques, las estimaciones de deforestación
para el período 1998- 2002 arrojan valores de entre 175.000 y 200.000
hectáreas por año.
La empresa transgénica
Los
rasgos del agronegocio y los tipos de empresa que éste logró
consolidar pueden sintetizarse a partir de cuatro desplazamientos
centrales respecto de los modelos empresariales precedentes:
• De
la propiedad familiar al territorio global: la propiedad de la tierra
se desdibuja, pasando a ser el factor determinante el acceso a la
misma, ya sea mediante el arriendo o la compra. La medida final del
éxito está en la gestión integral del sistema como un negocio,
logrando el mejor precio y la mejor tecnología en la contratación de los
servicios, pactando al menor precio los insumos con las
transnacionales, “saltando” la mayor cantidad de intermediarios
locales, negociando los mejores precios con los exportadores,
expandiendo el negocio hacia países limítrofes, asociándose con
capitales financieros. El negocio así construido ya no remite a la
lógica familiar; ni la escala ni la experticia pueden supeditarse a
esas raíces. El territorio del modelo de agronegocios es
definitivamente la economía global.
• De
la gestión familiar al management moderno: el nuevo estatus del negocio
agrícola conlleva una identidad social totalmente renovada respecto del
empresario tradicional, quien reunía todas las funciones productivas y
gerenciales en su persona. En el modelo de agronegocios, el empresario
se mueve en un espacio construido mediante contratos ad hoc, en función
de las necesidades del sistema, ellas mismas cambiantes y flexibles por
ser reflejo de los deseos de unos consumidores permanentemente
estimulados por el marketing. En este sentido, su horizonte no puede
estar determinado por la estrecha ventana de “lo agropecuario". Al
contrario, el espacio económico del agronegocio es función de la
extensión de la “red de producción”.
• El
poder del conocimiento o empowerment: las competencias necesarias para
conducir exitosamente este tipo de estructura holding no se reducen a
la experticia agronómica, y ni siquiera a la compresión del mundo rural
sino que se trata de orbitar en un universo mucho más ambicioso: el de
la economía global, las nuevas tecnologías de la información y la
comunicación, la biotecnología, etc. Lograr una buena inserción en el
universo global depende de la capacidad para interpretar la demanda,
desarrollar los productos e implementar tecnologías para orientar el
consumo hacia ellos. Todo lo cual requiere herramientas enseñadas en
ámbitos académicos: la ciencia del mercado, la informática, la economía.
• De
lo agropecuario a lo transectorial: las nuevas inflexiones dadas a lo
rural recomponen ese espacio de modo de abarcar todas las esferas de la
actividad económica. Ello se traduce en una nueva institucionalidad:
la estructura reticular expresa nuevas solidaridades y alianzas de
interés. Las asociaciones por producto (Acosoja, Maízar, Asagir), las
representaciones pluricategoriales (la Mesa de Enlace), las empresas y
sociedades híbridas, público/privadas y transectoriales (BIOINTA,
Bioceres, Instituto de Agrobiotecnología de Rosario, los pooles de
siembra, los fideicomisos, etc.), son algunas de las formas
organizacionales que estos actores originarios de campos sociales y
económicos distintos, encontraron para encauzar ese encuentro en “la
forma de hacer negocios”.
El modelo de Los Grobo
La
actividad agrícola de Los Grobo se desarrolla de acuerdo con lo que la
propia empresa denomina un modelo asset smart, en el que los cultivos
son realizados en campos arrendados a corto plazo o en sociedad con
productores-propietarios de distintos tamaños. Actualmente, Los Grobo
controla más de 250.000 hectáreas en la Argentina, Paraguay, Brasil y
Uruguay, países en los que además de la producción desarrolla oferta de
servicios (siembra, acopio, comercialización, provisión de insumos),
gerenciamiento de cultivos en tierras de terceros o de planteles
ganaderos de terceros, procesamiento industrial de las materias primas y
servicios de consultoría técnica y financieros (créditos y coberturas
para productores).
Terciarizando el capital
El
caso paradigmático del funcionamiento en red es Los Grobo: la empresa
utiliza maquinaria y mano de obra tercerizada para los procesos de
siembra, aplicación de agroquímicos y cosecha. Al mismo tiempo,
mediante el establecimiento de asociaciones con distintos agentes ha
llegado a convertirse en una red de redes. Pero al interior de la red,
Los Grobo integra a empresas de contratistas y productores-propietarios
que el mismo grupo ha contribuido a conformar, empresas de servicios de
transporte, almacenaje, comercialización agrícola y venta de insumos,
empresas de molienda y de asesoramiento técnico. De este modo, el grupo
logra la integración corporativa de todos los eslabones de las cadenas
de soja, trigo y maíz, a través de esquemas asociativos.
La
posición central en la red no sólo depende de la capacidad financiera
de la empresa, sino que, al mismo tiempo, esta organización permite
distintas formas de apalancamiento financiero a través de mecanismos no
tradicionales, generando por lo tanto una especie de “círculo virtuoso”
de acumulación a partir de estrategias conexas. Por ejemplo, al ser Los
Grobo uno de los principales clientes de los proveedores de insumos,
obtienen precios diferenciales; de este modo tienen mayor capacidad de
imponer condiciones a los dueños de la tierra, lo que les permite
influir en los valores de mercado de tierras en una determinada zona.
Ciencia estatal, negocio privado
En
la organización de la producción y el consumo mundial, el nuevo régimen
se apoya en dos pilares fundamentales: por un lado, la biotecnología y
las tecnologías de la información, y por el otro, la limitación o el
debilitamiento de las funciones reguladoras de los Estados nacionales.
Vinculado
a la biotecnología, el elemento novedoso es el creciente dominio de la
industria química, en particular de las grandes corporaciones que
desarrollan ingeniería genética aplicada a la producción de alimentos.
La producción de biotecnología está fuertemente concentrada y
articulada al resto de los eslabones de la cadena agroalimentaria. La
biotecnología reorganiza la producción, creando mercados “intermedios”
desarrollados y controlados por las propias empresas que demandan las
nuevas commodities.
También
el Estado fue uno de uno de los factores fundantes en la constitución
del modelo biotecnológico agrario. Aunque su participación no fue
sistemática, resultó fundamental en el armado de las redes de
articulación entre los espacios científicos, las dinámicas de gestión y
las corporaciones. El Estado fue un importante factor de recursos
(primordialmente de investigadores) y estuvo abierto a los espacios de
la ciencia internacional para la absorción de las nuevas invenciones
biotecnológicas.
Desde
2003, el nuevo gobierno avanza en un proyecto de profundización del
modelo biotecnológico agrario, definiendo una política científica,
fomentando el desarrollo de espacios de investigación biotecnológicos
para el mercado, buscando nuevos mercados que permitieran abandonar la
“política espejo” y formulando políticas que llevaran a un “proceso de
apertura”. Esto significó el fortalecimiento de un mercado concentrado
que continúa apuntando a la inserción global para la exportación de
commodities y sigue alimentando una cadena que tiene como mayores
beneficiados a las grandes corporaciones. En este corrimiento, el
Estado fortalece su relación con el mercado en tanto profundiza la
apuesta a producir para el mercado vigente generando avance
biotecnológico nacional. Así, el desarrollo de biotecnología nacional
responde a requerimientos de un “nuevo proyecto político” donde la
articulación entre Estado, ciencia y mercado se muestra con mayor
nitidez.
La
configuración de un proyecto político donde la ciencia produce para el
mercado y se generan mecanismos regulatorios que protegen la
información pública a los fines de promover el patentamiento y la
consecuente apropiación del conocimiento son algunos de los elementos
que nos llevan a poner en cuestión la perspectiva de la existencia de un
campo científico, uno político y uno económico como relativamente
autónomos. La propia figura del “técnico” - que mira la producción
agraria, que es regulador y tiene una pata en el ámbito científico- nos
permite empezar a poner en jaque esa idea de autonomía.
Leer edición completa de MU 84
No hay comentarios:
Publicar un comentario