"La sociedad está cada vez más violenta", sentenció. "La sociedad consume violencia. Fíjese, inclusive hasta en los programas de televisión cuando hay situaciones de violencia o cruces verbales tienen más rating". Dos frases radiales de lujo del secretario de Seguridad, el teniente coronel/médico/virtual ministro Sergio Berni, que luego completó: "el otro día leyendo un artículo (periodístico), decía que de los cinco videojuegos más vendidos, tres son de extrema violencia. Ya la sociedad consume violencia de por sí".
El análisis científico de la cara visible de la seguridad del gobierno nacional goza, al menos, de la seriedad de una charla de café en un barcito perdido de cualquier ciudad. El mismo analista es el que se presentó ante la sociedad de su país por todos los grandes medios televisivos vestido de astronauta el día en que se incendió en Puerto Madero un contenedor cargado de productos tóxicos diciendo: "este producto es de baja toxicidad, irritativo sólo de mucosas y piel, en principio estamos frente a algo de baja peligrosidad". Cual Super Berni del subdesarrollo aclaraba que "no hay arsénico, ni plomo ni mercurio", pero -por si acaso y a diferencia de los trabajadores y restantes funcionarios del área- él estaba pertrechado para un ataque enemigo con napalm.
La escasísima seriedad (o el extremo cinismo) para el análisis, sin embargo, no debiera nublar la reflexión. El debate tiene que ir taxativamente más allá.
Es indudable la influencia de los medios de comunicación a la hora de demarcar determinados territorios de comportamiento y de uso del lenguaje. El medio avala, certifica, coloca el sello de real ante los ojos sociales. Determinados hechos de la realidad son considerados inexistentes a los ojos de la ciudad "si no salió en el diario". Aunque hoy por hoy las redes sociales avanzaron varios pasos en el mismo sentido. De todos modos, si bien inciden en los cambios de conciencia (para bien y para mal), por otro lado y como contrapartida, siguen siendo el espejo de las construcciones sociales.
Entonces, la pregunta es ¿cuál es el origen de la violencia social?, ¿qué factores inciden?
La sociedad ha ido construyendo una forma estridente de suicidio, como definió -en tiempos lejanos- José Pablo Feinmann. Una sociedad que demostró magistral eficacia a la hora de generar exclusión, marginalidad, inequidad y, fundamentalmente, hambre. Ese es el tipo de construcción social que ha triunfado. Una sociedad que, por tanto, se volvió descarnadamente desesperanzada y que eliminó de las conciencias el concepto de porvenir. Casi como un silogismo, sin porvenir no hay nada. Es el vacío. Y, por tanto, en el vacío sólo va a germinar la tragedia. O, volviendo a Feinmann, "el siglo XX (y habría que adosarle el XXI) expresa el fracaso de los hombres para vivir en justicia y libertad".
No se debe de perder el hilo que es siempre el mismo y en este caso el interrogante sería: ¿puede una sociedad doctorada en exclusión, marginalidad, inequidad, hambre y, por tanto, desesperanza, generar otro modo de vinculación que no sea la violencia?
Porque hay una cuestión ineludible. Hay un punto de no retorno. Ese punto está dado por la desesperanza. Y presencia/ausencia del rostro humano. Porque si hay un sinónimo incondicional a la humanidad es el de futuro. El de soñar y diseñar una utopía capaz de transformar la realidad dura, ácida, amarga y profundamente desigual. La clave está ahí.
Cuando la vara que mide es la de la desesperanza, desaparece de un solo golpe la clave de la condición humana. Y no se puede pedir valores humanos a quienes nacen, crecen y se desarrollan en condiciones de vida no humanas.
A la hora de analizar microscópicamente el desarrollo de la violencia, hay historias que son la radiografía perfecta. Que dejan al desnudo cómo se construye la violencia. Cómo se desarrolla y cómo llega a su máximo esplendor.
Entonces una vez más la misma historia:
"Juan es una fotografía de la injusticia social (y su distribución inequitativa), de la injusticia procesal penal (de los hechos y actos que nunca se investigaron y que jamás se investigarán), de la injusticia penal (y de la perinola con la que condena) y de la corresponsabilidad estatal en cada una de estas injusticias. Si Juan fuera un asesino, a ese asesino lo criamos nosotros en el Hogar Sarciat, se lo sacamos a los padres porque nosotros lo íbamos a criar mejor. De la corresponsabilidad del Estado en estos 'productos', nadie habla y nadie se hace cargo de eso a la hora de juzgar y condenar", dijo una trabajadora social. Juan creció en el barro. Con su ramillete de hermanos a cargo. El Estado dijo aquí estoy yo. Me hago cargo. Juan está preso por un crimen resonante. Sentenciado a perpetua por uno de los brazos del mismo Estado que lo crió.
Pregunta: ¿Es Juan y tantos juanes de la historia el producto de la violencia televisiva, de la violencia de los videojuegos?
En ocasiones resulta interesante tomar ejemplos de la ficción para este tipo de debates. Mark Renton, el protagonista de la película "Trainspotting", reflexiona en el comienzo: "No hay razones. ¿Quién necesita razones si existe la heroína?". Luego, ya formateado para la vida en la sociedad de masas que él mismo detesta desde siempre, define: "yo voy a ser uno de ustedes. Voy a adquirir electrodomésticos en cuotas. CD. Trajes. Un trabajo. Mujer e hijos".
Y hay un detalle más que interesante. Porque tanto la escocesa "Trainspotting" (1996) como la inglesa "Full Monty / Todo o nada" (1997) fueron paridas en la Gran Bretaña de Margaret Thatcher. En donde la salida de no ficción es decididamente contrapuesta. En la escocesa, Renton abandona su rebeldía y se suma a las filas de una burguesía que merced a las políticas conservadoras de Thatcher era cada vez más minoritaria. En "Full Monty", los protagonistas le pelean al desempleo colectivamente con una suerte de cooperativa de streappers.
El mundo pergeñado para los juanes no permite ni uno ni otro camino. Juan no hubiera podido como Renton, formatearse para la vida de "los ustedes". Ni tampoco hubiera podido ser Gaz, el protagonista de "Full Monty", organizando a sus compañeros de desmadre. Para streap o para lo que sea.
Porque la misma sociedad que decidió que él ocuparía desde su llegada al mundo el lugar de víctima para luego crecer y ser amorosamente criado por el Estado para victimizar no le permite ese tipo de salidas. Hay un ellos y un nosotros divididos tajantemente. Y los ellos/los juanes tienen como único destino las geografías del encierro (es decir, las rejas formales o las cárceles a cielo abierto que constituyen las villas y los asentamientos). Esas geografías donde la violencia es doblemente dolorosa. Porque suele no tener retorno.
Y más allá del personaje ficcional de Renton o de Gaz y del real/de carne y hueso de Juan, hay otras presencias. Que suelen ser ausencias. En donde el elemento hegemónico y crucial es el de la conciencia.
En el prólogo de "Operación Masacre", Rodolfo Walsh, vuelca una frase que es la definición por excelencia de la conciencia: miro esa cara (se refiere a la del sobreviviente Juan Carlos Livraga), el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Me siento insultado, como me sentí sin saberlo cuando oí aquel grito desgarrador detrás de la persiana.
Rodolfo Walsh se sintió insultado al escuchar un grito. Y esa sensación de insulto es la que hace falta. Es la única garantía eficaz y contundente ante la inequidad, la violencia social y las geografías del encierro que el sistema pergeña para una práctica eliminatoria de los sobrantes. Una sensación de insulto que nazca de las vísceras y crezca hasta la garganta. Y se haga grito.
Por Claudia Rafael
Fuente: Agencia de Noticias Pelota de Trapo
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