martes, 22 de mayo de 2012

Llegará la primavera


En el año 2007 el cine El Cairo cerró sus puertas después de casi cien años de proyecciones cinematográficas ininterrumpidas en Rosario. Lo que le esperaba, seguramente, sería lo que pasa con tantos edificios históricos que por la feroz competencia inmobiliaria son destruidos para construir una torre moderna o algún edificio que “rinda más”. Gracias a la Asociación Amigos de El Cairo eso no sucedió. Dos años después de la triste noticia y de todo lo que se hizo para tratar de recuperar el clásico cine, el Estado provincial compró el edificio y lo restauró. Así pasó a ser el primer cine público de la provincia. Lejos está de las grandes cadenas cinematográficas que reproducen las películas que Hollywood manda, en su mayoría, para contar historias que nada tienen que ver con la propia y que ciegan al espectador con efectos especiales, creando así verdaderos robots de consumo a los que se les implantan ideas. Sin hacer antes esta aclaración, sería imposible siquiera imaginar cómo un documental que relata la corta y eterna vida de Darío Santillán pudo haber sido proyectado en una sala de estas características.


Foto de Darío extraída del documental


“Darío Santillán, la dignidad rebelde” es el título del documental del director Miguel Mirra, que sintetiza en esencia al joven luchador asesinado cobardemente en junio de 2002 junto a Maximiliano Kosteki. La película se estrenó en la ciudad el pasado jueves 17 de mayo, en el marco del 14° Festival Nacional de Cine y Video Documental.

Alrededor de las 20 una gran cantidad de personas esperaban en la entrada. Se podía ver a gente de los barrios, donde la imagen de Darío y Maxi es reproducida en murales y acciones solidarias, de agrupaciones estudiantiles, movimientos sociales, gremiales y muchas personas que encuentran en la figuro de Darío a ese joven que salió a luchar contra la injusticia y que dio su vida.

Alrededor de 300 personas colmaron la sala y, antes de comenzar la función pudieron leer la frase que ocupó la pantalla: “Este material fue realizado de forma independiente. Su copia, reproducción y difusión es libre”. Está claro que lo importante es reproducir, compartir su vida y su enseñanza, no venderla.

Darío tenía tan sólo 21 años cuando fue asesinado durante la sangrienta represión a los movimientos sociales desatada en el Puente Pueyrredón. En su corta vida hizo mucho más de lo que cualquiera podría llegar a imaginar. El acto final: su mano intentando parar las balas asesinas de la policía frente al cuerpo agonizante de su compañero, que vivirá en la historia, demuestra su valentía y solidaridad hasta el final. Este último acto no fue aislado ni distinto, es lo que cualquier persona que lo conoció imaginó que haría. Su vida fue de lucha, de solidaridad, de valentía y entrega total, y así puede verse en el documental. Luchó por y junto a los más pobres, él era una de las víctimas del neoliberalismo salvaje que dejó un país totalmente devastado, en ruinas y al que resistió hasta el final. Darío, Maxi y una interminable lista se habían agrupado en los Movimientos de Trabajadores Desocupados (MTD) para organizarse y así poder enfrentar la cruel realidad a la que eran empujadas millones de familias.

El documental cuenta con testimonios de su padre, sus hermanos y sus compañeros de militancia. Sus inquietudes empiezan ya de adolescente cuando mostraba gran preocupación por los problemas de su tiempo: como cuenta una compañera, su resistencia a la Ley Federal de Educación durante el gobierno de Menem cuando tenía 16 años. Por entonces ya comenzaba a organizar y movilizar: creó un centro de estudiantes y desde ese momento no paró. Desde su barrio Don Orione, en Almirante Brown, al Barrio La Fe, en Monte Chingolo, Lanús, donde convivió con otras familias pobres en lucha por la dignidad perdida. Fue un espíritu inquieto que buscó construir “un mundo en el que quepan muchos mundos”, como dicen los zapatistas. Los testimonios se entremezclan con videos en los que se puede escuchar su voz, su calidez, su enseñanza y valentía. Su hombría.

El director logró plasmar su humanidad. La gente que lo conoció cuenta cómo les cambió la vida, cómo siendo tan joven aparentaba ser más grande, su valoración por cada militante y compañero, cómo organizaba y movilizaba, cómo enseñaba hasta a los más grandes y estos lo respetaban. “Cuando murió Darío quedamos guachos”, dice un compañero de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, que le llevaba unos veinte años de edad.

Sobre el final el documental se pone más triste y empiezan a caer las lágrimas. Las imágenes de su muerte. Los disparos, el abandono y luego su cuerpo pintando la calle con sangre mientras es arrastrado por unos policías. La imagen es muy fuerte, es real.

El próximo 26 de junio se cumplirán diez años de aquella masacre ocurrida en Avellaneda y la llama sigue más viva que nunca: con su muerte Darío se convirtió en ejemplo de lucha, dignidad y solidaridad para una juventud rebelde que no se queda inmóvil ante las injusticias heredadas de un sistema perverso y corrupto que hace indigna la vida de las personas. Vive en esa juventud. Como rezan las pintadas: “Continuar su ejemplo, multiplicar su lucha”, es lo que queda ahora para revivir en cada acto solidario, cada marcha. Neruda dijo alguna vez: “Podrán cortar todas las flores, pero nunca detendrán la primavera”.

Darío se multiplica. Es una flor que se convertirá en un jardín y, cuando así sea, llegará la primavera y los vencidos serán al fin los vencedores.

Por Fabián Chiaramello






Junio - (Jorge Fandermole)
A Darío Santillán y Maximiliano Kosteki 



Lo que va a pasar hoy pasó hace tanto
  me desperté diciendo esta mañana,
no vi las predicciones del espanto
  que le arrancaba al sueño mi palabra.
  
En este invierno que pega tan duro
está lejos tu boca que me ama
y se me desdibuja en el futuro,
y junio me arde rojo aquí en la espalda.

En este invierno atroz no hay escenario
más duro que esta calle de llovizna;
cada uno sigue en ella su calvario
pero la cruz de todos es la misma.
Salí con las razones de la fiebre
y una tristeza absurda como el hambre,
 y cuando en el corazón la sangre hierve
es de esperar que se derrame sangre.
   
Me llamo con el nombre que me dieron,
  el que tomó la crónica del día;
soy uno de los dos que ya partieron,
    los dos en un montón que resistían.
     
Hermano en la delgada línea roja
que te me fuiste dos minutos antes
con la indiscreta muerte que en tu boca
entraba en cada casa con tu imagen.

Yo estaba junto a vos sobre tu grito
besándote feroz la indigna muerte
mientras te ibas volando al infinito
fulgor de la mañana indiferente...  

Yo sé que el corazón que está latiendo
en cada uno es una senda pedregosa,
cuando en el suelo sucio me estoy yendo,
ajeno y solo de todas las cosas.

Si yo salí por mí y salí por todos
cómo es que ahora no hay nadie aquí a mi lado
que me retenga la luz en los ojos,
que contenga este río colorado.

El corazón del hombre es una senda
más áspera que la piedra desnuda;
mi extenso corazón es una ofrenda
que pierde sangre en esta calle cruda.

Yo tengo un nombre rojo de piquete
y un apellido muerto de veinte años,
y encima las miradas insolentes
de los perros oscuros del cadalso.

Yo no llevaba un arma entre las manos
sino en el franco pecho dolorido,
y el pecho es lo que me vieron armado
y en el corazón todos los peligros.

La mano que me mata no me llega
ni al límite más bajo de mi hombría
aunque me arrastren rojo en las veredas
con una flor abierta a sangre fría.

Hoy necesito un canto piquetero
que me devuelva la voz silenciada,
que me abra por la noche algún sendero
pa' que vuelva mi vida enamorada.



No hay comentarios:

Publicar un comentario