miércoles, 8 de agosto de 2012

La cajita feliz, la bronquiolitis y el pastorcito calchaquí


Las voces parecen alteradas. Asoman de una reunión de médicos en el Hospital Materno Infantil de Salta. Hasta ahí llegó, desde Cachi, un changuito de 7 años con un golpe en la cabeza. A las 48 horas murió. Y hay que armar una cadena de explicaciones convincente. Si no “van a rodar cabezas”, dicen. El problema no es el changuito muerto. Sino cómo se explica hacia fuera que se murió. Cuando no estaba para morirse.

Esta historia de julio está hermanada con la historia de abril.

Cuando tras el parto en el Hospital Perrando de Resistencia, a Analía le dijeron que su beba prematura había vivido apenas el tiempo necesario para asomar. La había gestado apenas seis meses y la chiquita insistió en salir. Analía quiso verla. Habían pasado doce horas del parto pero ella no quería irse del Hospital sin guardarse en su memoria la imagen del cuerpecito inerte. En la morgue le dieron un destornillador para que abriera el cajoncito. No sólo la vio, sino que la oyó gemir. “Tenía escarcha de hielo en todo el cuerpito”. ¿Cuántas veces la muerte es una fatalidad preconcebida? ¿Cuántas no se lucha porque no vale la pena una mínima vida adelantada y frágil?

En la historia de junio, la terapia intensiva pediátrica del Hospital Durand, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, fue cerrada justo en el pico de la bronquiolitis. Justo cuando el bicherío atroz del invierno entra por la nariz y atraca cañitos y pulmones cuando todavía no se ha vivido ni un año. Fue inaugurada, reinaugurada en tiempo clave y cerrada cuando generaba gastos que el Estado no estaba dispuesto a afrontar.

Porque las mujeres contumaces siguen pariendo niños para la vida, aun cuando el mundo los recibe en falda de espinas. Pero es una rebeldía, un parir aun cuando la muerte. Y de esa terquedad insurgente el Estado no puede hacerse cargo.

Al fin y al cabo, la bronquiolitis arrasa con criaturas que no alcanzan una vida de seis meses, a los que les tocó vivir en hacinamiento, a quienes sus mamás no los amamantan (generalmente porque no tienen con qué), a los que nacieron antes de las 37 semanas en la panza, apresurados a respirar malos aires, urgentes para la batalla que todos se disponen a darles por perdida.

Como a Luz Milagros, la chaqueñita pertinaz que soportó el freezer de la muerte y lloró ante su madre en el cajoncito roto.

El changuito de Isonza, que llegó de Cachi, no tuvo la misma suerte. Salta no es el mejor aire para nacer. Y menos su pueblito, donde todo da tanto trabajo. Donde una tomografía es un nombre imposible en hospitalito sin médico. Luciano llegó desde Isonza, un paraje perdido en el valle. En el hospital de Cachi no supieron qué hacer con su cabeza. Y lo derivaron a la capital.  Era 29 de junio. A los dos días murió. Los médicos del hospital público fueron grabados mientras discutían un argumento común para explicar que al pastorcito calchaquí se le antojó morirse así, irresponsablemente. Y que ellos nada, pero nada tiene que ver.

Y puede ser, no más. Porque en Cachi es poco lo que puede atenderse. Apenas una mínima complejidad. Comunicar urgencias o pedir ambulancias es una quimera. La comunicación es horrible, el hospital no tiene radio, los enfermeros tienen que subirse a un cerro para tener señal en el celular. A veces sólo queda el poste de Emergenia cada 10 kilómetros. Si nieva el paso se cierra y los ocho mil habitantes de Cachi quedan encerrados a la buena de dios. Cuando llueve se transforman en isla. Si hay que trasladar a un enfermo, por tierra o por aire el viaje estará condicionado por el clima.

A veces es más rápido morirse. Menos traumático. Luciano pudo salir de Cachi. Pero la capital de Salta no fue más piadosa con él.

La desidia de un sistema que no lo incluye –ni a él ni a Luz Milagros- acabó por devorárselo.

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En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires –el territorio más rico del país- la mortalidad infantil aumentó un 26% en 2011. Un 60% más que ese 26% subió el patrimonio de su patrón gobernante. Que es un 85% más pudiente que en 2010.

En junio, cuando la bronquiolitis se dispara, cerró la terapia intensiva infantil del Hospital Durand. Los cachorritos de meses apenas, a veces no soportan la embestida viral contra su respiración. La habían inaugurado en 2010 y funcionó un día. La reinauguraron en 2011, en campaña electoral. Anduvo a los tumbos. No había médicos designados. La cerraron el 18 de junio: un portazo en la nariz de las enfermedades respiratorias de los niños, que tuvieron que salir rodando en camillas hacia otras salas abarrotadas de tos.

La sala se reabrió la semana pasada. El pediatra Oscar Trotta dice que “con la mitad de las camas disponibles” y un puñado de enfermeros que no dan abasto.

El mes y medio en que la terapia del Durand estuvo cerrada muchos de los pequeños pacientes fueron derivados al Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez.

 Y entonces, la historia de mayo. Que quedó paralizada en julio, como estatua viviente en espera del ruido a moneda en la lata.

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El 28 del quinto mes de 2012 el Gobierno de la Ciudad firmó un acuerdo con la Asociación Civil Ronald McDonald. Al payaso de las hamburguesas imperiales se le cedería una parte del terreno del Hospital Ricardo Gutiérrez para construir una casa como parte “del séptimo programa de la Asociación (…) para alojar a un total de 50 madres y padres de niños internados en Terapia Intensiva. La nueva Casa tendrá 400 metros cuadrados y estará cerca del área de internación, a fin de que los 50 padres que acompañen a sus hijos puedan desayunar, almorzar y cenar, lavar su ropa y la de sus hijos, descansar y recrearse en el espacio de TV y lectura durante el tiempo que dure la internación” (www.casaronald.org.ar).

La casa se erigiría en un espacio donde ya se talaron los árboles. Y a cambio, una estrategia de marketing con poca sutileza. El logo y las insignias en todo el Hospital y el nombre de don Ricardo Gutiérrez en los manteles de los McDonalds que, entre los círculos oleosos, formará parte de la lista de Hospitales incluidos en la caridad hamburguesera. La Justicia resolvió una medida cautelar el 18 de julio y paró la obra hasta que la Legislatura la apruebe.

Pero nada está perdido. La casa será, más temprano que tarde, una casita feliz.

Claro que es insustancial acotar que la casa debería ser construida y sostenida por el Estado. Que el Gobierno de la Ciudad Autónoma sólo ejecutó en 2011 un cuarto del presupuesto en infraestructura. Es insustancial pensar que, más allá de la indignidad de formar parte de las nóminas de beneficencia de McDonalds, el Hospital de Niños será difusor de uno de los atentados contra la salud infantil más duros de vencer. Hidratos de carbono, grasas saturadas, colesterol, sodio, millones de calorías serán avalados por un sistema de salud errático y con síntomas de raquitismo.

Que no es otro sistema sino el mismo que deja morir a los niños wichis de hambre en Salta o a los fabricios en Tucumán o que no saben qué hacer con los pastorcitos calchaquíes con la cabeza rota en Cachi o decide que con una gestación de seis meses no se vive y se acabó como en el Chaco. O que pueden morir 90 niños más por año en el distrito más rico del país.

Claro que muy cerca siempre hay un payaso rojo, blanco y amarillo con una M grandota a la izquierda del pecho. Que promete una Cajita Feliz.

Pero nunca feliz como nuestra cajita. En la que no hay grasas ni papas fritas. Pero sí estrellas azules, mariposas alucinadas y una puertita secreta de azúcar que sólo nosotros conocemos. Y el día en que se abra, soplará un viento que se llevará a los bichos del invierno, a las hamburguesas y a todos los demonios.

Y sólo quedarán los chamanes que saben cómo y con qué pegar la cabeza de un pastorcito calchaquí. Y que enseguida se levante y salga corriendo a buscarse la vida.

Por Silvana Melo

Fuente: APe

1 comentario:

  1. Tristemente hermoso relato de una realidad que muchos eligen no ver, gracias Silvana. Saludos.

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